miércoles, julio 18, 2007

Creer o no creer

Hace poco un amigo me increpaba porque según él, yo "no creía en nada, excepto en lo que leía".

Claro que la frase no está exenta de ironía: si fuera cierta, entonces el problema no residiría en que yo no crea en nada, sino en que creo en lo que leen mis ojos, ya sea la biblia, el corán o el Tratado de la desesperación de Kierkegaard (que nunca leí, pero que ahora pienso que por el título acaso me parecerá interesante).

En verdad, mi amigo, a quien por respeto llamaremos Z, quiso endilgarme el defecto de la obstinación que sobre ciertos temas manifiesto, antes que enrostrarme el escepticismo que también me caracteriza, aunque esta última faceta no me parezca un defecto sino más bien una virtud.

Sí, soy muy escéptico, más aún que el argentino promedio. Muchos -aparte de Z- confunden mi escepticismo con pesimismo. Sólo puedo decir en mi defensa que para mí un pesimista es en verdad un realista convencido.

Hubo una época en la que creí firmemente en el dios de los cristianos al modo católico. Las dudas fueron oxidando las bases de dicha fe. Seguí cargando esas dudas durante mucho tiempo, aunque, a medida que iba leyendo y preguntando me parecía cada vez más inverosímil, cuando no pueril, el mito del crucificado, su dios y todos los profetas.

Ahora ya no puedo creer en ellos. Si el supuesto profeta Joseph Smith inventó una biblia propia para su norteamérica querida, ¿por qué las epístolas de Pablo no podrían ser una falsificación peor?.

Cuanto más leo, más inverosímil se me antoja la tradición de los pueblos del libro. Judíos, cristianos y mahometanos son cuando menos resabios del medioevo. Lo que antes era un dogma impenetrable, hoy es una graciosa mentira cuya falsedad me parece tan evidente que no puedo creer la cantidad de gente que aún profesa algún tipo de fe basada en esos mamotretos espurios.

No me molestan sus creencias, sino más bien el ciego empeño con el cual muchos de ellos insisten en desperdiciar sus vidas y las de los demás.

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