sábado, abril 26, 2008

Volver

De tanto en tanto las ensoñaciones y los olvidos que yo mismo me tejo se deshacen, misteriosa y súbitamente. Entonces lo recuerdo todo: que estoy vivo, que respiro, que tuve un pasado que se proyecta tenazmente en mi presente. Y también está ella, la sombra de la que hablaba Borges, la desdicha que se asoma cada tanto para recordarme que ella ha recibido el arduo mandato de perseguirme con obstinación.

Si pudiese, lo haría. Viajaría en el tiempo y volvería a ese enero de 1998, esa fecha que todavía me emociona. Si nada cambia de aquí al día de mi muerte, que siempre presumo cercano, quisiera morir recordando ese instante. Y después volverme espíritu, un puro recuerdo que aletea para que las miserias y las indignidades de la vida material ya no tengan poder sobre mí, para que ya nada pueda indignarme o entristecerme. Seré así, como hoy, el recuerdo propio e inmortal de una felicidad que pasó por acá en puntas de pié, como colándose en un descuido de los dioses.

miércoles, abril 16, 2008

Ucronía

Tuve un sueño profético. Vi un campo arreglado por el hombre, sin pastizales ni cultivos que estorbaran la vista o el tránsito. En medio de aquél jardín con destino funcional, una pequeña ciudad con edificios de apenas seis pisos, todos iguales. A su manera, imitaban la perfección del entorno con su despojada arquitectura, casi aséptica. Ahora que lo pienso bien, más que edificios, aquellas construcciones me recordaban a algún tipo de pirámide. Las ventanas, sin embargo, acusaron mi error de percepción. Eran viviendas, pero sin gente a la vista me permití volver a dudar.

En el centro del semicírculo de aquellos sobrios palomares, se erguía una fuente de cemento blanco, lisa y apenas bañada por un chorro de agua que se asemejaba más a un bebedero que a una fuente. Cerca de ella, dos personas caminaban con languidez tomadas del brazo. Eran jóvenes, muy jóvenes, pero llevaban en la cara el signo de un cansancio acumulado por décadas. Creo haberles preguntado algo en castellano, pero no me respondieron. Intenté con un inglés rudimentario, y uno de ellos, no sin sorpresa en su rostro, me contestó amablemente que aquél lugar no tenía nombre y que si yo preguntaba eso, indudablemente sería uno de aquellos durmientes que los hombres del siglo XXI congelaron para que, soñando como momias sagradas de una ciencia obstinada, despertaran en el futuro.