miércoles, marzo 31, 2010

Nacer, morir, llorar, sonreir

"Cuando naciste, vos llorabas y todos alrededor sonreían; vive tu vida de forma tal que cuando mueras vos sonrías y todos alrededor lloren."

Océanos

Quisiera poder olvidar los sueños perdidos
Quisiera navegar por el mar infinito
No es que le tema a tus ojos
Es mi corazón el que me asusta
Como podrías ser
Como yo quiero que sea
Como puede el destino complacerme?
Llenos de todo, esta comedia amarga
Debe terminar.
Cuando amas, sueltas a volar las aves
Que nunca más podrás volver a tener
Vuelan con vuelo propio
Tu razón ya no es dueña de ellas nunca más
Ya no quiero amar
No quiero subir al cielo de mi alma
Y ver la negrura del vacío en toda su extensión
Quiero navegar por el mar infinito
De los sueños predichos
De las ansias aún no colmadas
Perderme en sus aguas inmemoriales
Originales, vastas como lo desconocido
Y descubrir el secreto que ellas guardan.
Tus aguas profundas me abrazan
Son profundas, frías,
Como mi desolación
Enfrían mi corazón, templan mi alma
En ellas ya no hay penas ni dolor
Aprendí a decir adiós, supe amar
Allá voy, Oceanos, tu me recibirás hoy
Principe del Olvido, señor del Adiós
Lluvia de dolor, frío sabor, amarga derrota
Dulce frustración, tibia apatía que se despliega
Como flores al sol. Dime si no te he sido fiel,
Devuélveme a la superficie si me equivoco
Que no dude tu brazo en levantarme
O arrastrarme más aún al frío eterno
Del que no he de volver sin amor
Sientes la fuerza de mi interior?
Sientes la vida aferrándose a su
Inútil caparazón?
No ha de temblar tu mano
Llévame a tu interior
Donde los sueños se pierden para siempre
Donde no hay amargor
Quiero ser parte de tu triste mundo, hoy.
Ya no quiero amar, ya no.
Mi vacío interior te asombra,
Pero es más vasto que tu océano,
Que tu orgulloso mar
Porque tu reino es iconmensurable
Inabarcable
Pero el mío no tiene fin
Olas de dolor en las playas
mi corazón
Vez tras vez, por toda la eternidad
Movimiento infinito
Que no acabará jamás
Por Dios, que amé!
No lo puedes negar,
Hubo una vez, en que la inmensidad
Se detuvo
El viento no susurró su esplendor
El dolor cesó…
Tu sonrisa, las estrellas en el cielo
Tu abrazo, mi Señor.
Y navegué, por Dios que te amé!
Hasta naufragar en mi propia inmensidad
Qué extraño descuido de los Dioses hizo
Que te viera por primera vez?
Cómo estaban las estrellas aquella vez?
Quiero saber, debo entender…
Que cuando vuelva a suceder en el cielo
Tal vez sepa que has de volver.

Encontrado en un diario personal, escrito el 8/3/99. No sé de quién es, por momentos me parece el trabajo cursi de un aficionado, otros fragmentos, sobre todo el final, me fascinan. Si alguien conoce al autor, les agradezco me avisen.

domingo, marzo 21, 2010

La agonía de Adso

Y debo decir, ahora, y con las letras bien claras, lo que entonces pensé y casi intenté ocultar ante mí mismo, mientras deambulaba por la meseta, echando de pronto a correr para poder atribuir al movimiento de mi cuerpo las repentinas palpitaciones de mi corazón, deteniéndome para admirar lo que hacían los campesinos y fingiendo que me distraía contemplándolos, aspirando a pleno pulmón el aire frío, como quien bebe vino para olvidar su miedo o su dolor.

En vano. Pensaba en la muchacha. Mi carne había olvidado el placer, intenso, pecaminoso y fugaz (es cosa vil) que me había deparado la unión con ella, pero mi alma no había olvidado su rostro, y ese recuerdo no acababa de parecerle perverso, sino más bién la hacía palpitar como si en aquel rostro resplandeciese toda la dulzura de la creación.

(...)

Podría tratar de escribir que, todavía preso en las redes del pecado, deseaba, pecaminosamente, verla aparecer en cualquier momento, y casi espiaba el trabajo de los obreros por si, de la esquina de una choza o de la oscuridad de un establo, surgía la figura que me había seducido. Pero no estaría escribiendo la verdad, o bien estaría velándola para atenuar su fuerza y su evidencia. Porque la verdad es que "veía" a la muchacha, la veía en las ramas del árbol desnudo, que palpitaban levemente cuando algún gorrión aterido volaba hasta ellas en busca de abrigo; la veía en los ojos de las novillas que salían del establo, y la oía en el balido de los corderos que se cruzaban en mi camino. Era como si la creación me hablara de ella, y deseaba, sí, volver a verla, pero también estaba dispuesto a aceptar la idea de no volver a verla jamás, y de no unirme más a ella, siempre y cuando pudiese sentir el gozo que me invadía aquella mañana, y tenerla siempre cerca aunque estuviese, por toda la eternidad, lejos de mí.

(...)

Como embriagado, gozaba de la presencia de la muchacha en las cosas que veía, y, al desearla en ellas, viéndolas, mi deseo se colmaba. Y, sin embargo, en medio de tanta dicha, sentía una especie de dolor, en medio de todos aquellos fantasmas de una presencia, la penosa marca de una ausencia.

Adso de Melk
El nombre de la rosa
Umberto Eco

jueves, marzo 11, 2010

El resplandor herido

Hay un resplandor herido
luz que se apaga, llama al viento,
esperanza que medra.
Busca entre las tinieblas
densas, opacas
el canto de la vida.
Débil el espesor de su luz,
que irradia y mengua
ya el destino cierra
el ciclo de su pequeño mundo,
la brasa se consume,
el viento la agita, no la aviva.
Luz que se apaga,
es el resplandor herido.