domingo, septiembre 30, 2007

Locura del Mar

Hay en el sur, pero no tan al sur, una casa de verano.
Tiene las ventanas comidas por la sal,
manchas sonoras de recuerdos tristes,
días de arena, fantasías y libertad.

Hay en las arenas de aquel sur,
sombras de castillos para armar;
marcas de la vida, pasos, vueltas,
ilusión quebrada y sabor a sal.

Siento todavía el llamado del mar,
la noche lo apacigua y bebe de su sal.
Un grupo de pinos me vieron llorar,
ahora creo que me acurrucaron
y apaciguaron también mi sal.

Allá en el sur, pero no tan al sur,
hay una casa que presentí maldita.
Hay un mar de arena y un pinar guardián,
hubo ensoñaciones y un fuego secreto,
que desde las entrañas, quebró el viento
y detuvo el mar.

Allá en el sur, lo supe: te ví,
y ya no seríamos nunca jamás.
Locuras, sin duda, locuras,
del corazón, los pinos,
las arenas, y el mar.

sábado, septiembre 29, 2007

Equinoccio

El hombre común, de barrio, (esa raza malograda a la cual pertenecemos todos los urbanícolas del mundo) se habituó demasiado a la rutina del calendario como para distinguir las sutilezas de la vida y de la muerte que le rodean.

Cree, en su orgullo desmedido de posmodernidad cientificista, que la primavera en el sur comienza puntillosamente el 21 de septiembre. Ignora ostensiblemente lo que el antiguo, con su sabiduría milenaria producto de incontables siglos de observación cuidadosa, tenía por seguro.

Detrás de nuestro calendario, de nuestros nombres y festejos plenos de arrebatos consumistas, discurre, como una corriente arcana, toda nuestra herencia humana. Del lenguaje materno que nos habilita, aquí en los confines del sur y del oeste a hablar con sutilezas impensadas para cualquier anglosajón, nos viene el séptimo mes, que para nosotros ocupa el noveno del calendario.

De la inclinación del eje Norte-Sur (sin alegorías tercermundistas) de la tierra surgen las estaciones, ya conocidas por los egipcios hace más de tres mil años, pero que para ellos eran tres: se comprende, su mundo, mucho más perfecto que el nuestro, estaba regido no tanto por el sol sino por el Nilo.

Aquella inclinación terrestre matiza el movimiento de la vida en el planeta y alterna las estaciones en un ciclo que el hombre moderno cree haber superado pero que a juzgar por su manejo de los asuntos ecológicos más se asemeja a una supresión que a una superación dialéctica.

La comprensión íntima del ciclo natural se nos revela aún más -aunque sutilmente- en las enseñanzas del oriente. Las fuerzas yin y yang nos hablan de que el origen y el fin de todo son extremos que se tocan. Así como en los días en que comienza el verano, el sol empieza a retrasar su salida y a apurar su puesta, cuando la vida parece resurgir, el día y la noche se equilibran en el Eqvi Noctvm, en la noche que es igual que el día.

Por eso el año de los antiguos comenzaba en la primavera, cuando confluian en renovación, el ciclo natural de la vida del mundo y del hombre, después de la siembra y de la cosecha.

miércoles, septiembre 12, 2007

El hombre que ya no cree

Yo creía en el crucificado y en sus apócrifos seguidores. Supe muy pronto de la duda que carcome y de las respuestas ausentes. De incoherencias que arrecian y barren una fe tímida.

Al marcar el sendero de mi recorrido, me sacié de muchos dogmas. Todos me regalaron instantes de certezas a precio vil. Todos tenían la marca de la desesperación. El hombre está solo, me repetí, y yo soy parte de esa humanidad para compartir sus miserias. Quisiera, a veces, compartir también sus placeres. Aunque más no sea perder la cabeza por ese amor imposible, una noche en la montaña lejana de Cuyo.

Yo creía en la predestinación, pero con menos certeza que Calvino. Por aquella funesta predestinación me he quedado más solo aún. Por desterrar todos los artilugios de la mente supersticiosa, por negar un espacio a la esperanza, he sido interdicto. Deambulo por la tortuosa ruta del tibio, ni positivista ni crédulo.

Soy el hombre que ya no cree y sin embargo, no se marcha, en la persistencia de la vida.