jueves, diciembre 13, 2007

La leyenda del Errante

Los últimos Wik wan, que viven a orillas del lago Yehuin, son los únicos que recuerdan lo que pasó.

Aún hoy, cuando el invierno arrecia, el chamán les cuenta: “Hubo una vez en que no había nada. Entonces, Kin y Wak, los dueños del cielo, le pidieron a sus hijos que crearan todo. Cada uno de ellos se esmeró por honrar a sus padres con sus creaciones. Lulö creó el sol. Aniyá creó las estrellas. Los mellizos Tule y Vule, la tierra y la luna, que siempre se miran. Mara le dio vida a la tierra, y creó las plantas y los animales, y les puso nombres a todos.

Y al más pequeño de todos, Arutimunna, ya no le quedaba nada por crear. Entonces miró a su padre y a su madre, y creó al hombre y a la mujer. Tan felices fueron los hombres y los dioses con la creación, que tuvieron muchos hijos que llenaron la tierra, hasta que no hubo casi espacio para nadie más. Los animales empezaron a morir, cazados por los hombres. Y la hierba dejaba de crecer, aplastada por el paso de las tribus. Los dueños del cielo le pidieron a Arutimunna que destruyera a sus criaturas, para que no mancillaran más la tierra, pero Arutimunna les rogó que le permitieran conservarlos, porque sabía cómo lograr que ya no fueran tantos.

Entonces bajó a la tierra, y mientras dormían, robó una parte del corazón de todos los hombres y las mujeres, los guardó en una gran alforja y partió a vagar sin rumbo por la tierra. Los hombres ya no fueron tan felices, y no desearon traer hijos a un mundo que ahora les parecía gris y frío. Pero, de vez en cuando, algo ocurre. Arutimunna llega sin avisar, y prende fuego al corazón de un hombre y de una mujer, y así vienen los hijos. Luego se va, tan rápido como llegó, para que nadie lo pueda seguir. Y así nosotros, los Wik wan sabemos que el amor es como un viejo errante que viene cuando nadie lo espera, y se va sin avisar.

sábado, diciembre 08, 2007

El desprecio

Hacía diez años que María trabajaba para la señora. Mirta Bonifacci de Villegas le pagaba bien, pero incluía dentro de los servicios exigidos el rancio menosprecio de la porteñidad hacia los paraguayos. Todas las tardes, la señora Mirta pasaba horas en su invernadero. Atendía a todas sus plantas y flores, y, como otra muestra de desprecio, la única especie a la que ni miraba era la flor de Añapuré, que María le había traído una vez de Asunción, cuando volvía de ver a su familia. “A éstos tenés que tenerlos así querida, sino te pasan por arriba” sentenciaba Bonifacci frente a sus amigas de la suciedad de beneficencia mientras sorbía su exclusivo té negro de Windfills.

Una tarde, la señora apareció muerta en el patio con unos extraños pinchazos en los brazos. María llamó rápidamente a la policía. Pero esa policía que también la menospreciaba por “bolita”, no pudo descubrir nada, sencillamente porque no sabían preguntar. De lo contrario le habrían preguntado a María por qué Añapuré significa “regalo del diablo” en guaraní, o mejor aún, por qué aquélla enorme flor descuidada y apartada en un rincón, antes era blanca como la nieve, y ahora lucía casi con soberbia pétalos de un furioso carmesí.

sábado, noviembre 10, 2007

Diez mil millones de años

Quisiera perder la cabeza una sola vez, por unos instantes, acaso por un año … y por un amor imposible. Sentirme vivo una sola vez, y nunca más por diez mil millones de años. Un amor en donde baste el silencio. Una historia de miradas que produzcan cosquillas en la panza, de caricias en amanecer enredado en las sábanas; de desayunos radiantes y caritas de sueño; crepúsculos de caminatas en silencio con abrazos impúdicos, de esos que nos dejan con calor. Quiero el apremio interminable de tu presencia, y también quiero extrañarte; quiero sentirme amputado por dentro si por un segundo no estás. Quiero proclamarme el rey de tus abrazos, dictador de tu mirada y siervo absoluto de tu boca. Quiero protegerte de la sed de otros y rescatarte del desierto del desencanto. Te quisiera entre mis brazos, y que mientras te miro, te duermas sonriendo con el alma abierta, y que la resaca de tus caricias me dure por otros diez mil millones de años más.

martes, noviembre 06, 2007

La gran estafa

Desperté con un fuerte dolor de cabeza. Una pátina de luz blanca y brumosa entorpecía mi visión. Estaba recostado en algún tipo de mesa metálica. Intenté mover alguna parte de mi cuerpo, pero me era imposible. Algo suave como una sábana húmeda me cubría todo el cuerpo, arriba y abajo. Volví a dormirme. Cuando desperté, un anciano de barba blanca estaba despojándome de aquella cubierta húmeda y me sonreía con cierta benevolencia. “Bueno, ya está, ahora hay que guardarlo como el más preciado de los tesoros” dijo el viejo. Otra persona, vestida con capa y encajes, le preguntó: “¿realmente creerán que es el sudario original?”.

domingo, noviembre 04, 2007

Círculo de Lectores

“Ese libro es interminable” me dijo el viejo librero. “Mhm”, asentí yo, simulando haber entendido. Creo que aquél gesto de soberbia fue el que me condenó.
Lo compré junto con otros para disimular. El prólogo, una vez más, advertía: “Este libro es interminable”. Sentí aquella curiosidad irreverente del arqueólogo ante una nueva tumba recién descubierta. Me dediqué a la lectura de aquel libelo por décadas. El texto se repite una y otra vez, como una espiral infinita. Confío en que un arqueólogo más prudente me encuentre un día hecho un esqueleto, y no pose sus ojos en mi libro.

sábado, noviembre 03, 2007

La espera

Hace ya un par de meses que todas las noches, al bajar del subte, la veo. Está ahí, en la última estación, como esperando. Es joven y luce siempre bien vestida, con esa onda retro que la hace parecer de los ’80. Cuando los últimos pasajeros abrimos a mano las puertas de madera para descender, ella se para, mira con ansiedad y se vuelve a sentar con una mueca de resignación. Es la última estación y el último subte del día, ¿qué espera?. Un día, lo recuerdo bien, le pregunté: -hola, ¿te puedo ayudar en algo?...¿esperás a alguien?- “Sí, a vos” me dijo mirándome directamente a los ojos.
Se fue como uno más de los pasajeros. Yo quedé ahí, inmóvil, sentado, mudo.

Desde entonces veo pasar las formaciones una y otra vez. Perdí la cuenta de los días y de los años. La gente pasa y no me ve. Espero ansiosamente ese día en el que un pasajero me vea y me pregunte si me puede ayudar en algo.

viernes, octubre 26, 2007

Nórdica

Quiero el invierno de guantes y bufandas,
mesas con amigos, vino y calor.
Quiero chocolate en la noche larga,
canto de walkyria guerrera
que cabalga por guerra y dolor.

Quiero las mañanas blancas de gente fría,
índigo glaciar en cielo agreste,
noche fría que consuela el alma
por los días de joven muerte.

Quiero tu azul de nórdico,
ésta es tu libertad:
fiordos, icebergs,
ojos grises,
sagas terribles
y guerreros del mar.

Dadme almas

El cura director jamás dejaba entrar a nadie a su biblioteca. En el dintel de la puerta estaba el cuadro de Don Bosco y su lema: “Dadme almas, llevaos el resto”.

Nosotros no le hicimos caso: entramos furtivamente un 25 de Mayo, cuando todos estaban cantando el himno. Lo último que recuerdo es un pasillo interminable, abarrotado de libros y de esqueletos dispersos enfundados en guardapolvos escolares.

No lo lean

Supe de la existencia del papiro por Inés. Un sábado, me despertó llorando por el teléfono, vomitándome entre lágrimas que su marido se había suicidado.

Corrí hasta la casa de Ernesto. Su señora me abrió la puerta, llorosa y despeinada. Ernesto yacía en su escritorio, con la cabeza sobre la mesa y la mano aún sosteniendo la lapicera, que se detenía en la última frase que había legado, antes de matarse: “no lean el papiro”.

lunes, octubre 22, 2007

Coincidencias

Un rey decreta que los sacrificios humanos para solicitar lluvias o benevolencia de los dioses era una barbaridad, y los prohibe. Al mismo tiempo, en su mismo reino, sacrifica a fuego lento y tortura a los que no piensan como él o a los que no profesan su religión. Hizo todo esto con la misma energía y celo.

Un sacerdote predica la humildad y habla de un dios vivo. En una mano blande el símbolo de su credo de vida: un hombre ensangrentado y clavado en un madero en forma de cruz. En la otra, los anillos refulgen como símbolo de su verdad. Millones lo siguen.

Un hincha de un deporte mundial grita fuera de sí: ¡qué grande mi tierra!. Mientras tanto, el nuevo dueño de la mitad de esas tierras piensa para sí, satisfecho: “qué grandes mis tierras”.

sábado, octubre 20, 2007

La paradoja Camusiana

No he leído nada de Albert Camus, aunque por supuesto, oí de él. Hace poco dí con este artículo sobre su pensamiento y me sentí tan identificado con él, que quedé sorprendido, de sus palabras y de mi ignorancia.
...

"No hay más que un problema filosófico realmente serio: el suicidio". Con este disparo, Albert Camus (1913-1960) inicia su ensayo 'El mito de Sísifo', sin duda uno de los libros más influyentes de mediados del siglo XX. Si la vida no tiene sentido ni propósito, ¿para qué seguir viviendo?. Camus afirma que al suicidio siempre se lo trató como un problema social. Para él, era una cuestión existencial -la única que verdaderamente cuenta.

Un suicidio 'es preparado en el silencio del corazón del mismo modo que una gran obra de arte'. Morir a manos de uno mismo implica reconocer 'la falta de toda razón auténtica para vivir...y la futilidad del sufrimiento'. En ausencia de un dios o de un 'juez' divino, el ser humano se vuelve a la vez el acusado y su propio juez, y tiene el derecho de autocondenarse. Kierkegaard, Dostoievski, Kafka, Husserl y otros escritores que enfrentaron este absurdo, rechazaron la opción del suicidio y así de reconciliaron con lo irracional.

Según Camus, esto los fuerza a aceptar que el afán humano de comprensión será negado y que el hombre permanecerá en un estado permanente de humillación. En este punto Camus se vuelve crucial. Dice que no es mediante el suicidio como un ser humano se enfrenta con el absurdo, que hay que 'morir sin reconciliarse y no en forma voluntaria. El suicidio es una falta de comprensión. De hecho la vida consiste en mantener vivo el absurdo, y para eso básicamente hay que observarlo'. Vivir el absurdo significa, por sobre todo 'una falta total de esperanza (que no equivale a la desesperación), un rechazo permanente (que no equivale a la renuncia) y una insatisfacción consciente (que no es lo mismo que la ansiedad juvenil)'.

De ello se infiere esta aparente contradicción: 'La vida será vivida más plenamente en la medida que no tiene sentido'. La falta de esperanza libera al hombre de toda ilusión acerca del futuro, y entonces es capaza de 'vivir su aventura dentro de los límites de su tiempo de vida'.

-David Zane Mairowitz
(adaptado de Camus para principiantes)

viernes, octubre 19, 2007

Diario Íntimo

Eduardo escrutaba el diario personal de su mujer con parsimonia. Hacía días que lo venía espiando. Cuando comenzó, sólo buscaba dos cosas, como todo hombre casado: qué decía ella de su sexo, y si le metía los cuernos.

Pero en aquellas páginas amarretas no aparecía nada de eso. Día tras día Elisa había ido anotando con precisión suiza todas las tareas de la casa. Tan simple y tan estúpido como eso. Eso, y la caligrafía, que se volvía cada día más errática e ininteligible.

El diario terminaba, obviamente, en la noche del día anterior. Eduardo sintió un escalofrío. Allí, con una letra desquiciada y totalmente desprovista de emotividad se podía leer: "20 gramos de cianuro en el arroz de Edu antes de servirlo.".

lunes, octubre 15, 2007

Quiero olvidar que vivo: llévame a donde sea…
Y una noche triste, cuando no me quieras,
Secaré los ojos y me iré a bogar
por los mares negros que tiene la muerte,
para nunca más.


-Alfonsina Storni

miércoles, octubre 10, 2007

Al Andalus

Tan improbable es que exista el hipogrifo
como que alcancen su esperanza los amantes.
Mi relación con la belleza
es que soy uno de los que ha matado.
Los censores darían sus consejos si fuesen aceptados;
La espada de los ojos, ¡ay!, de Musa
a sus censuras se anticipa.
Quise aprender a curarme del amor
y me enseñaron sus ojos enfermedades y dolencias.
Oh tú por quien mis frases son todas de deseo:
"es posible", "ojalá",
y mis poemas son todos amorosos,
me prohíbes, despierto, que devuelva el saludo
y no me atrevo en sueños a molestarte con mis besos.
Ha vestido mi cuerpo el pálido color de la enfermedad,
que cambiaría si calmases mi sed
con el néctar de tus labios rojos.
Hacia ti se dirige mi deseo, que tú no sientes,
se han consumido ya las rimas, las lágrimas y mis recursos.

Ibrahim Ben Sahl

domingo, septiembre 30, 2007

Locura del Mar

Hay en el sur, pero no tan al sur, una casa de verano.
Tiene las ventanas comidas por la sal,
manchas sonoras de recuerdos tristes,
días de arena, fantasías y libertad.

Hay en las arenas de aquel sur,
sombras de castillos para armar;
marcas de la vida, pasos, vueltas,
ilusión quebrada y sabor a sal.

Siento todavía el llamado del mar,
la noche lo apacigua y bebe de su sal.
Un grupo de pinos me vieron llorar,
ahora creo que me acurrucaron
y apaciguaron también mi sal.

Allá en el sur, pero no tan al sur,
hay una casa que presentí maldita.
Hay un mar de arena y un pinar guardián,
hubo ensoñaciones y un fuego secreto,
que desde las entrañas, quebró el viento
y detuvo el mar.

Allá en el sur, lo supe: te ví,
y ya no seríamos nunca jamás.
Locuras, sin duda, locuras,
del corazón, los pinos,
las arenas, y el mar.

sábado, septiembre 29, 2007

Equinoccio

El hombre común, de barrio, (esa raza malograda a la cual pertenecemos todos los urbanícolas del mundo) se habituó demasiado a la rutina del calendario como para distinguir las sutilezas de la vida y de la muerte que le rodean.

Cree, en su orgullo desmedido de posmodernidad cientificista, que la primavera en el sur comienza puntillosamente el 21 de septiembre. Ignora ostensiblemente lo que el antiguo, con su sabiduría milenaria producto de incontables siglos de observación cuidadosa, tenía por seguro.

Detrás de nuestro calendario, de nuestros nombres y festejos plenos de arrebatos consumistas, discurre, como una corriente arcana, toda nuestra herencia humana. Del lenguaje materno que nos habilita, aquí en los confines del sur y del oeste a hablar con sutilezas impensadas para cualquier anglosajón, nos viene el séptimo mes, que para nosotros ocupa el noveno del calendario.

De la inclinación del eje Norte-Sur (sin alegorías tercermundistas) de la tierra surgen las estaciones, ya conocidas por los egipcios hace más de tres mil años, pero que para ellos eran tres: se comprende, su mundo, mucho más perfecto que el nuestro, estaba regido no tanto por el sol sino por el Nilo.

Aquella inclinación terrestre matiza el movimiento de la vida en el planeta y alterna las estaciones en un ciclo que el hombre moderno cree haber superado pero que a juzgar por su manejo de los asuntos ecológicos más se asemeja a una supresión que a una superación dialéctica.

La comprensión íntima del ciclo natural se nos revela aún más -aunque sutilmente- en las enseñanzas del oriente. Las fuerzas yin y yang nos hablan de que el origen y el fin de todo son extremos que se tocan. Así como en los días en que comienza el verano, el sol empieza a retrasar su salida y a apurar su puesta, cuando la vida parece resurgir, el día y la noche se equilibran en el Eqvi Noctvm, en la noche que es igual que el día.

Por eso el año de los antiguos comenzaba en la primavera, cuando confluian en renovación, el ciclo natural de la vida del mundo y del hombre, después de la siembra y de la cosecha.

miércoles, septiembre 12, 2007

El hombre que ya no cree

Yo creía en el crucificado y en sus apócrifos seguidores. Supe muy pronto de la duda que carcome y de las respuestas ausentes. De incoherencias que arrecian y barren una fe tímida.

Al marcar el sendero de mi recorrido, me sacié de muchos dogmas. Todos me regalaron instantes de certezas a precio vil. Todos tenían la marca de la desesperación. El hombre está solo, me repetí, y yo soy parte de esa humanidad para compartir sus miserias. Quisiera, a veces, compartir también sus placeres. Aunque más no sea perder la cabeza por ese amor imposible, una noche en la montaña lejana de Cuyo.

Yo creía en la predestinación, pero con menos certeza que Calvino. Por aquella funesta predestinación me he quedado más solo aún. Por desterrar todos los artilugios de la mente supersticiosa, por negar un espacio a la esperanza, he sido interdicto. Deambulo por la tortuosa ruta del tibio, ni positivista ni crédulo.

Soy el hombre que ya no cree y sin embargo, no se marcha, en la persistencia de la vida.

domingo, agosto 12, 2007

Los Wik Wan

El anciano tosió de manera solemne para llamar la atención. Durante unos segundos la noche de invierno enmudeció junto con la tribu. Sólo el fuego en torno al cual los Ne’wam se apiñaban, alegres, se animó a crepitar en presencia del viejo Unúh.

Todos, grandes y chicos, esperaban ese momento. Unúh era viejo entre los ancianos y ya nadie podía llevar la cuenta de los inviernos que cargaba a cuestas. Ni siquiera Kilé, hijo de Walú, el que con una mirada sabía rápidamente cuántas nanas había pastando en la pradera.

-Ahora- dijo Unúh, -voy a hablar del otro tiempo. De cuando los Ne’wam no éramos ni siquiera uno o dos. Porque hubo un tiempo en el que la tierra era otra. Donde hoy yace el bosque con el arroyo que canta, antes había un mar de arena. Allí donde hoy pastan los nanas y Wepwe caza los jachíes de plumas doradas, una montaña más alta que el Kennaui tocaba las nubes del cielo.

Toda la tierra estaba llena de otros animales, de otras aves y de otros peces. Los ruidos del bosque, eran otros ruidos y los de la pradera, sonaban distintos también. No había nieve ni inviernos, y el hermano Nuie’ calentaba la tierra siempre con la fuerza del verano.

No había ningún Ne’wam. Ni ninguna ciudad Saggiga ni lenguas Upanishim, ni ningún hombre o mujer que caminara con dos piernas o que cantara dando gracias a la estrella del atardecer. Los animales eran libres en el aire, la tierra y las aguas, pues nadie los encerraba en corrales o los mataba con flechas. Era extraño el mundo del otro tiempo, porque nadie contaba los ciclos o las cosechas, porque no había cosechas…-

Unúh hizo silencio. Miraba el fuego y mientras dio dos pitadas a su pipa, tomó aire, como si lo que fuera a relatar a continuación lo entristeciera.

-Había entre los animales, una raza que se destacaba entre las demás. Nosotros los llamamos Wik Wan, pero nadie sabe cómo se llamaban en verdad. Tenían el cuerpo cubierto de pelaje rojo, como el de la liebre en el verano. Tenían cola larga con anillos blancos como los Itupìes y aunque la mayor parte del tiempo deambulaban en cuatro patas, habían aprendido a pararse, y sus manos, armadas con garras, podían asir cosas como los hombres. Vivían también en tribus, como todos los Ne’wam y como los Saggiga, (que ahora han resuelto reunirse en ciudades de piedra).

Los Wik Wan no emitían sonidos como los hombres, ni se comunicaban como los demás animales. Hablaban entre ellos en silencio, por eso ningún otro animal se les igualaba en astucia. En un principio, eran víctimas de Karek, el gran lagarto, que los cazaba de a montones con su gran boca de muchos dientes. Pero los Wik Wan crecieron en inteligencia y sabiduría, y hablando entre ellos, aprendieron a evitar a los Karek y a todos los que los molestaban. Vivían en los árboles del Gran Bosque, que por entonces cubría como una alfombra los límites de la tierra.

Tenían tres ojos: dos en el mismo lugar que todos los hombres, en la cara, y un tercero más en la frente. Su mirada hablaba, pero sólo ellos podían escuchar esas palabras de silencio. Y los Wik Wan se hicieron fuertes, inteligentes y numerosos entre los demás animales.


Y transcurrió un buen tiempo. ¿Que cuánto tiempo?. Nadie puede saberlo. ¿Cuánto dura un atardecer?; ¿cuánto se demora la tormenta?. Sólo diré que al cabo de un tiempo, Los Wik Wan cambiaban la tierra. Moldeaban los árboles de su bosque para hacer madrigueras más cómodas, juntaban ramas y con ellas cruzaban arroyos y ríos sin necesidad de nadar. Sus mujeres podían parir en cualquier momento y los machos se juntaban y cazaban en grupos, ayudándose con piedras y ramas. Y aunque no tenían arcos ni lanzas ni espadas, emboscaban presas grandes hablándose entre ellos con sus miradas silenciosas.

Entonces, un día, miraron al cielo. Descubrieron las luces de la Cúpula, al hermano Nuie’ y a la blanca Newá. Y un día, en el crepúsculo del bosque, los animales escucharon por primera vez un sonido como nunca antes habían oído. Eran los Wik Wan que emitían un canto al cielo. Todos al unísono elevaban sus miradas y saludaban a la estrella de la tarde. Y todo el bosque brillaba durante unos instantes por la magia serena de aquéllas voces. Sólo cuando saludaban a la estrella cantaban los Wik Wan. Y todos los animales callaban cuando los Wik Wan elevaban su melodía. Y todos se amansaban porque los sonidos eran dulces y armoniosos y llegaban hasta los dioses.

Otro tiempo transcurrió en el mundo. Los ríos cambiaron su curso. Las planicies se elevaron y se hicieron montañas, y los mares se secaron. Muchos animales dejaron de vivir. Otros se empequeñecieron y los que quedan de ellos no son más que una sombra de lo que fueron. Una gran piedra cayó del cielo. Nadie sabe si fueron los dioses los que la arrojaron, pero la piedra terminó de cambiarlo todo. Toda la estirpe de los Karek pereció. El Gran Bosque de los Wik Wan se secó y se redujo, y todos debieron migrar hacia el sur. Las tierras se dividieron y el gran mar separó para siempre a los Wik Wan, quienes habían vivido siempre juntos.

Entonces, apareció el hombre. Primero, unos pocos errantes. Andaban en dos patas, y por ello las manos del hombre muy pronto se transformaron y dejaron de parecerse a sus pies. Los hombres tenían dos ojos, no tres. Y hablaban entre ellos con ruidos que espantaban a todos los animales. Los Wik Wan descubrieron a los hombres y miraron con sus tres ojos las mentes y los corazones de aquellos. Y los vieron parecidos a sí mismos. Pero los hombres eran como niños: no sabían usar sus manos, no conocían el arte de mirar al cielo ni de hablarse en silencio. Y los Wik Wan, que eran más fuertes, antiguos y sabios, los ayudaron. Los hombres no tenían mucho pelo. Los Wik Wan les tejieron abrigos. Los hombres no sabían guarecerse de la lluvia ni construir madrigueras en los árboles. Los Wik Wan les construyeron chozas. Por último, les enseñaron a cantar mirando a la estrella de la tarde. Dicen que los Wik Wan les dijeron a aquéllos primeros hombres, que todos los seres provenían de aquella estrella. Pero no se lo dijeron con sonidos de hombres, sino con voces dentro de sus cabezas.

Y fue así que un día los hombres comenzaron a temer a los Wik Wan. Porque éstos podían saber lo que los hombres pensaban, pero los hombres nunca sabían lo que conversaban los Wik Wan entre ellos. Los hombres querían que los Wik Wan vinieran a vivir con ellos en las planicies y en las chozas. Pero los Wik Wan no deseaban abandonar sus bosques ni entrometerse en los asuntos de los hombres.

Los hombres comenzaron a odiar a los Wik Wan, por su sabiduría. Y todo lo que habían aprendido de ellos, lo emplearon para hacerse más poderosos y para la guerra. Primero, cazaron más animales de los que podían comer, y los guardaron. Y crearon armas con las cuales se mataban entre ellos por la comida guardada o por tierras para cazar. Y dejaron de hablar con los Wik Wan y de visitarse mutuamente. Los Wik Wan ya no merodearon por las aldeas de los hombres, y éstos no entraron más a los bosques.

Pero todas las tardes, los hombres oían el canto de los Wik Wan. Y sabían que allí estaban aquellos seres que les habían enseñado a vivir y a cantar, seres que sabían lo que ellos pensaban. Y les temieron y los odiaron aún más.

Un día, los hombres descubrieron cómo hacer nacer fuego a voluntad. Y descubrieron que ningún otro animal podía enfrentarse a ese poder. Con el fuego podían cazar de noche y asustar incluso a Tenyu, el oso. Y los Wik Wan vieron lo que pensaban los hombres. Y por primera vez en muchas generaciones, tuvieron miedo.

Una tarde, mientras los Wik Wan cantaban a la estrella, los hombres se armaron de valor y con antorchas, entraron en el bosque sagrado. Y con el fuego, quemaron todos los árboles y las madrigueras de los Wik Wan. El bosque ardió con furia y con tristeza, y el crepitar de las llamas acalló el canto de la tarde. La estrella quedó sola y en silencio, y el Gran Bosque se redujo a cenizas.

Los hombres cantaron aquella noche su victoria. Celebraron su poder y trazaron planes para conquistar otros bosques, y otras praderas, y hasta las montañas querían escalar.

Al atardecer del segundo día luego de la matanza, el silencio reinaba en toda la tierra. No se escuchaba ni el rumor del arroyo, ni la risa del viento con las hojas de los árboles. Ni el canto de los Wik Wan. Los hombres se reunieron alrededor de sus fuegos y temieron el silencio. Nadie se atrevió a cantar. Y cuando vieron la estrella de los Wik Wan asomar por el horizonte, temblaron con pavor, porque el silencio en la tierra les recordaba la muerte y la estrella crecía y crecía en el horizonte y todos temían ser abrasados por su fulgor.

Y entre todos discutieron y lloraron por haber matado a los Wik Wan y por haber destruido el bosque. Esperaron aterrados que la estrella de la tarde los aniquilara a todos en castigo por su maldad.

Con sigilo, se reunieron alrededor de sus fuegos y rogaron a la estrella que los perdonara y que no los quemara como ellos habían quemado a los Wik Wan. Y cuando el llanto de los hombres fue tanto que apagó los fuegos, la estrella volvió a su lugar. Y en la tierra, todos los animales que habían conocido a los Wik Wan, se pusieron a cantar, para honrar al pueblo del bosque y para recordarle al hombre que éste no era sino uno más entre los que vivían en la tierra. Y así cantaron, a su modo, las ranas. Y los lobos aullaron. Y los pájaros se reunieron en árboles y cantaron todos juntos a la estrella Wik Wan. Y los grillos siguieron cantando aún durante la noche. Al amanecer siguiente, otros pájaros cantaron al ver al hermano Nuie’. Y los hombres despertaron de su temor y vieron asombrados en el cielo, otra estrella, igual a la de la tarde, como la de los Wik Wan. Y supieron que habían sido perdonados.

Desde entonces, todos los hombres de buena voluntad cantamos y rezamos en el crepúsculo y en el amanecer, agradeciendo por un nuevo día que llega, y, sobre todo, para que a la noche la estrella de los Wik Wan nos perdone.

domingo, julio 29, 2007

No sólo el tiempo de la vida se me escapa, sino también sus sensaciones.
Como aquélla fatídica pestilencia que nublaba la vida de la familia Usher, esa que impedía sentir, así mi vida se apaga de a poco, vacía de sensaciones vitales.
Una sonrisa correspondida, una palma de afecto, alguien que me mire a los ojos y me diga que me necesita, que formo parte de su vida y de su corazón.
Nada.
Y ¿qué vale un amanecer cuando no hay fuego adentro?.
¿Qué es la amistad si el corazón ya no puede compartir nada?.
¿Cuál será la definición de la alegría?.
Felicidad es sinónimo de tristeza, cuando no se puede compartir.

miércoles, julio 18, 2007

Creer o no creer

Hace poco un amigo me increpaba porque según él, yo "no creía en nada, excepto en lo que leía".

Claro que la frase no está exenta de ironía: si fuera cierta, entonces el problema no residiría en que yo no crea en nada, sino en que creo en lo que leen mis ojos, ya sea la biblia, el corán o el Tratado de la desesperación de Kierkegaard (que nunca leí, pero que ahora pienso que por el título acaso me parecerá interesante).

En verdad, mi amigo, a quien por respeto llamaremos Z, quiso endilgarme el defecto de la obstinación que sobre ciertos temas manifiesto, antes que enrostrarme el escepticismo que también me caracteriza, aunque esta última faceta no me parezca un defecto sino más bien una virtud.

Sí, soy muy escéptico, más aún que el argentino promedio. Muchos -aparte de Z- confunden mi escepticismo con pesimismo. Sólo puedo decir en mi defensa que para mí un pesimista es en verdad un realista convencido.

Hubo una época en la que creí firmemente en el dios de los cristianos al modo católico. Las dudas fueron oxidando las bases de dicha fe. Seguí cargando esas dudas durante mucho tiempo, aunque, a medida que iba leyendo y preguntando me parecía cada vez más inverosímil, cuando no pueril, el mito del crucificado, su dios y todos los profetas.

Ahora ya no puedo creer en ellos. Si el supuesto profeta Joseph Smith inventó una biblia propia para su norteamérica querida, ¿por qué las epístolas de Pablo no podrían ser una falsificación peor?.

Cuanto más leo, más inverosímil se me antoja la tradición de los pueblos del libro. Judíos, cristianos y mahometanos son cuando menos resabios del medioevo. Lo que antes era un dogma impenetrable, hoy es una graciosa mentira cuya falsedad me parece tan evidente que no puedo creer la cantidad de gente que aún profesa algún tipo de fe basada en esos mamotretos espurios.

No me molestan sus creencias, sino más bien el ciego empeño con el cual muchos de ellos insisten en desperdiciar sus vidas y las de los demás.

lunes, julio 09, 2007

The Wanderer

So it came to pass
I 've been lost
through dusty roads I flied
looking for The Wanderer
across empty seas I've sailed
searching through the mist of nonsense.
He came, he went,
and in the twinkle of an eye
left me empty handed.
Now it only remains
me and the blame.
The Wanderer never says when
farewell my love, go go away,
maybe I'll find you again
maybe I might have the chance
to feel life in my veins.
Vanishing light
departed love,
I see through the horizon
of my entangled mind
Wanderer, come back,
the last hope of my heart
I search for you
relentless,
since it has all begun.
Before it ends,
let there be a chance
for me to face the starry sky
and smile and ride
before it all ends,
Wanderer of the heart,
come back.

miércoles, julio 04, 2007

Lo imperdonable

La noche me abandona. Me entrega
al alba que me exige un día más;
indiferente a todo, me fatigo por el horizonte
de amarguras y de atroz realidad.
Busco un destino ajeno a mi convicción de fatalidad
busco un sentido a la vida que sigue en mí latiendo
muy a mi pesar.
He practicado, incansable, las innúmeras formas
del no estar. Felicidad es encontrarse
en las maneras de la realidad: se puede odiar,
amar, matar o engendrar: por cualquiera de ellas
se animan los hombres.
Yo subvertí la razón del vivir:
lo que el cielo no me perdonará jamás
es la insolencia del no sentir, del ya no amar.

lunes, junio 25, 2007

Somos

Somos desheredados de esperanza al nacer. Amontonamos penurias en doblefondos de la memoria para poder deambular con el alma fría de hogares vacíos, con harapos de ilusiones, cumpleaños y navidades.

En la frente cargamos el estigma de las miserias acumuladas. El rostro mira, cansado de llorar. Los puños abren surcos de experiencia que se atesoran en las grietas de la piel. En las cicatrices del camino trazamos el mapa de nuestra existencia marginal, limítrofe. Hastiados de mirar la vida que les pasa a los demás, seguimos adelante por puro orgullo, para desafiar al azar y arrancarle un don, un oficio, una oportunidad al egoísmo intrínseco de la fortuna.

Somos los ellos, los que jamás serán modelo de consumismo bulímico. Somos los descarriados, los excluídos, la gran mayoría, silenciosa e inconmensurable que aún busca no despertar del sopor de su irrealidad. Somos los que enseñamos, los que cocinamos, los que dejamos la vida por un escritorio, una casa o una carrera. Somos los que internalizamos el destino obsceno de la marginalidad. Somos los que cuidamos perros, manejamos máquinas, servimos comida, limpiamos y planchamos. Somos los que preferimos, a pesar de todo, sentir antes que aparentar, afirmar antes que conspirar, comprender antes que exigir. Los que meditamos en la amistad antes que en la ecuación del lucro cesante. Los que añoramos las tardes de mate y amistad.

Somos, a pesar de todo, aunque no podamos verlo aún, el futuro. Y estamos llegando.

sábado, junio 23, 2007

La sesión

-Bueno, cuénteme tranquilo cuándo fue la última vez que creyó haber presenciado estas…apariciones.
- Siento que no son alucinaciones doctora…¡pienso que son reales!...¿no me cree lo que le estoy diciendo?.
-Sí, le creo Fernando, no lo estoy subestimando. Pero cuando uno vive en un estado de casi permanente alteración y de stress como el suyo, la visión de los hechos es distorsionada por el inconsciente, como una defensa contra la realidad que, de otro modo, sería atroz. Es normal lo que le pasa.
-¿Quiere decir que me estoy volviendo medio loco?...¿necesito más medicación?.
-No, no creo que por ahora necesite una mayor dosis de ansiolíticos. Para su tranquilidad le digo que está llevando adelante el duelo bastante bien. Todos los pacientes creen que son los únicos a los que les pasan estas cosas…y ya hablamos de esto; recuerde que los problemas acá se solucionan sacándolos afuera, poniéndolos en palabras.
-Ya lo sé…pero es que…¡no sé cómo explicarlo sin sentirme como que me estoy volviendo loco!. Me siento como en esas películas de terror en donde el protagonista niega la realidad pensando que vive alucinaciones pero finalmente lo que lo aterra es real!.
-Vea Fernando, usted siente culpa por haberse enamorado de Cecilia mientras su esposa agonizaba. Usted nunca dejó de amar a su esposa, pero inconscientemente sabía que tras su inevitable muerte, se quedaría solo. Por eso se permitió enamorarse de esta chica. Y ahora siente culpa porque cree que traicionó a su mujer. Esto es lo que nos crea los conflictos en nuestra vida: la lucha entre lo que moralmente consideramos, o nos “enseñaron” que es reprobable, y lo que deseamos. La energía que genera esta tensión es lo que no lo deja dormir, lo que lo tortura por las noches.
-No doctora…mire…ya entiendo el mecanismo del yo y del súper yo y todo eso. Ya lo pensé. Es cierto que siento algo de culpa por mi relación con Cecilia…pero también sé que hice todo lo que pude por Natalia. Y que la amé hasta el último momento. Pero lo que me pasa es real. Yo siento que mi señora se está vengando por Cecilia.
-¡Claro que siente culpa!...cualquiera se sentiría así. Nos enseñan de chicos a sentirnos culpables por ser felices…nos cuesta ser felices. Y más en una situación afectiva como la suya. Créame Fernando, que su stress lo está traicionando, está tratando de resolver su culpa con una neurosis. Si nos quedamos con lo que usted cree ver, sólo incrementaremos la neurosis y su insomnio. Hablemos de lo que le pasa. Cuénteme: qué fue lo que le pasó ayer.

Fernando suspiró como quien cuenta hasta diez antes de putear. Con las manos entrelazadas sobre su vientre, recostado en el diván como otros tantos millones de porteños, habló.

-Ayer a la tardecita salí al balcón. Había dejado la cafetera haciendo café. Siempre cuando vuelvo del laburo me tomo un café en el balcón, aunque haga calor. Me ayuda a desenchufarme de la oficina, ¿me entiende?.
-Mhm. ¿Y entonces?.
-Cuando entré de nuevo al living para ir a la cocina, sobre la mesa, apuntando hacia mí, estaba el portarretrato con la foto de Natalia en México. ¡En la mesa!
-¿Y dónde se supone que debería estar ese portarretrato?
-En el ropero del escritorio. Ahí puse todas las cosas de Natalia, porque después del primer mes, ya no soportaba llegar y ver sus cosas; era como no terminar de entender que se había ido para siempre.
-¿Y cómo llegó a la mesa del living?.
-¡Eso me pregunto yo!. Jamás lo volví a sacar. No toqué nada desde…desde que Natalia murió doctora…la semana pasada fue su perfume, el Quartz que de la cómoda saltó a la mesita de luz.
-¿Cómo saltó?.
-Es una forma de decir…siempre estuvo en la cómoda y una mañana, abro los ojos y lo primero que veo es el perfume adelante del reloj despertador…¡en la mesita de luz!. Y en la habitación se sentía el perfume como si alguien hubiera rociado todo el frasco allí.
-Fernando…¿nunca pensó que qué casualidad que los objetos que “se mueven” son siempre objetos personales de su difunta esposa?.
-Ya lo sé…¿y?...
-Y que justamente, son objetos muy propios de Natalia…que de alguna manera, están marcando para su inconsciente, que ella sigue viva.
-No entiendo doctora. ¿Usted quiere decir que mi inconsciente mueve los objetos para sentir que Natalia sigue viva?.
-No Fernando, lo que digo es que usted los mueve y lo olvida, creando una situación que se inserta en su vida diaria y que le hace pensar en Natalia hasta cuando tiene que dormir. Es una manera de mantener “vivo” al ser querido que ha partido. Pero al mismo tiempo, su parte consciente, enamorado de Cecilia y culposo por ello, niega la presencia de Natalia. ¿Se entiende?.
-…sí, yo la entiendo doctora, pero lo que no puedo creer es que yo mismo esté haciendo eso sin darme cuenta…no estoy tan loco.
-No dije que estuviera loco. Todos tenemos este tipo de olvidos selectivos, actos fallidos más o menos graves. Son formas que encuentra el inconsciente para manifestarse, para salir cuando no puede resolver un conflicto. Por eso no puede dormir tampoco.
-Lo que me angustia, doctora, es que no siento que sea un olvido…¡siento que los objetos se mueven de verdad!.
-Bueno, pero en ese caso…¿quién los mueve?.
-¡No lo sé!. No quisiera pensar que…
-¿Qué qué?...dígalo Fernando…diga lo que piensa.
-¿No me va a internar si le digo lo que siento?.
-No Fernando. Lo importante es que ponga en palabras eso que lo angustia.
-Bueno, ahí va. Yo siento…de verdad, que es como que Natalia desde el más allá me está marcando que ella sigue de alguna manera…y que no la puedo reemplazar por otra.
-…justamente, ¿ve lo que yo le decía?...las apariciones de objetos o sus cambios de lugar vienen a marcar la “presencia” de Natalia en su vida. Porque usted aún no ha conciliado del todo su duelo por ella con su amor por Cecilia. Por eso siempre le pasa esto de los objetos en su casa. ¿Nunca se puso a pensar por qué los objetos no se mueven cuando está con Cecilia?. Si fuera su ex mujer queriendo interponerse en su relación con su nueva pareja, ¿por qué no se “mueven” los objetos cuando está Cecilia?...¿no sería más coherente eso?.
-Bueno…sí…pero ¿yo qué sé qué pretende Natalia?...tal vez quiere esto…que yo tenga problemas con Cecilia para que ella me deje por loco.
-Es que eso es lo que va a pasar, Fernando, si no elaboramos bien el duelo. Usted está dejando que la culpa le gane, y se autoboicotea la relación con Cecilia. Piénselo. ¿Dejamos acá?.

No hubo opción. La psicóloga siempre decide cuándo se termina la sesión. Fernando quedó como siempre con una pregunta sin formular, con un acertijo para resolver hasta la próxima sesión.

Sin embargo, esta vez se iba con un cierto alivio. María Elena sonó convincente, y su firmeza le regaló unos instantes de cordura, de realidad. Ella lo acompañó hasta la puerta. Le dio afectuosamente la mano, como añadiendo una cuota de afecto a su interés profesional.

Eran las 20.30 y Fernando era su último paciente del día. María Elena prendió un sahumerio mientras ordenaba las planillas de las obras sociales. No creía en espíritus o avatares, pero el perfume a sándalo le recordaba sus sesiones de yoga y la evocación de momentos de relax le transmitían la serenidad que necesitaba para poner en orden sus notas mentales. La evolución de Fernando la tenía preocupada. No por la severidad de su neurosis, sino por la contradicción que inevitablemente asomaba en cada diálogo con él. Por un lado, un individuo mentalmente sano cuya culpa le generaba un trastorno diario de alucinaciones y un sonambulismo exacerbado. Por el otro, Fernando se manifestaba como una persona absolutamente sana y poseedora de un discurso coherente.

Una ambulancia estremeció el vecindario con la voz de su sirena. En ese momento María Elena perdió su concentración, despertando de su letargo.

Un olor penetrante y repentino asaltó sus fosas nasales. Sintió como si hubiera acercado su rostro a una flor de jazmín en una mañana de verano. Miró el portasahumerio instintivamente, buscando allí el origen de la fragancia embriagadora, pero sobre él sólo quedaban cenizas que imitaban la forma original de la vara perfumada.

Ahora el perfume se hacía más penetrante y dulzón. Parecía venir del escritorio mismo. Percibió sus notas, imaginando tal vez un derrame de su propio perfume, pero un instante después de pensar esto se dio cuenta que esa nota melosa que llenaba su nariz no pertenecía a sus perfumes ni provenía de sus cuadernos. Se levantó y fue hasta la ventana; notó que el aroma parecía inundar ahora toda la habitación. Asomó la cabeza por el balcón: tal vez alguien había arrojado un frasco o un desodorante allí. Pero de la calle se elevaba un vaho mezcla de basura recolectada, humedad y tránsito.

Cerró la ventana El aroma era tan intenso que la nota dulzona, antes armoniosa, ahora resultaba un empalago insoportable. Fue hasta el baño, pero no encontró nada derramado, ni tan siquiera un frasco abierto de cualquier cosmético, putrefacto con el tiempo y que se hubiera transmutado en esa niebla espesa que la ahogaba. Entonces identificó la naturaleza del aroma que la envolvía como la humedad tediosa del verano porteño. Recordó el nombre del perfume, ése del que abusaba su mejor amiga cada vez que salían.

Ese mismo perfume, el que tanto detestaba, el que le recordaba tantas tardes de insoportables charlas vacuas, era precisamente el que ahora, tan ubícuo como persistente, inundaba sus pulmones. Sintió frío en la frente y en la espalda. La vista comenzó a nublársele.
Intentó salir del baño, pero se desvaneció sobre la puerta, cerrándola con su peso. Cayó semiinconsciente entre la bañera y el inodoro, y un instante antes de perder por completo la conciencia, una voz femenina le susurró al oído: Quartz.








˜

viernes, junio 22, 2007

Saudade de você

Por vos confirmé aquel prejuicio que me puso al portugués como la voz del corazón. Por vos me encontré por última vez (latest diría un inglés) con El Errante, ése que viene cuando menos se lo espera y que también parte inesperadamente, ajeno a nuestros desvelos.


No existe sentimiento equivalente en castellano a la compleja semántica contenida en saudade de você. No, no la he encontrado.

Nos encontramos y se eclipsó la ciudad de la Bahía. Tu ciudad. Quiero dejar registro para afirmar que exististe. Para recordar que, como en un cuento, hubo una vez en que la vida tuvo sentido. Hubo una vez en que los dioses se distrajeron y nos dejaron ser felices. Que en aquellos días las horas no contaron, y Vivimos como si el tiempo no nos importara. Ésta era tu canción:

Tenho andado distraído
impaciente e indeciso
e ainda estou confuso
so que agora é diferente
estou tão traquilo
e tão contente.
Quantas chances desperdicei
quando o que o mais queria
era provar pra todo mundo
que eu não precisava
provar nada pra ninguém
me fiz em mil pedaços para vocé juntar
e queria sempre achar
explicação pro que eu sentia
como un anjo caído
fiz questão de esquecer
que mentir pra si mesmo
é sempre a pior mentira
mas não são mais tão a criança
a punto de saber tudo
ja não me preocupo se eu não sei porque
as vezes o que eu vejo quase ninguém vé
e eu sei que vocé sabe quase sem querer
que eu vejo o mesmo que vocé.
Tão correto e tão bonito
o infinito é realmente um dos deuses mais lindos
sei que às vezes uso palavras repetidas
mas quais são as palavras que nunca são ditas?.
Me disseram que vocé estava chorando
e foi então que eu percebi
como lhe quero tanto.
Ja não me preocupo se eu não sei porque
às vezes o que eu vejo quase ninguém vé
e eu sei que vocé sabe quase sem querer
que eu quero o mesmo que vocé...

lunes, junio 18, 2007

Solsticio


Quiero el invierno de guantes y bufandas
de caldo y especias; quiero el invierno
de las mesas con amigos, mesas de vino y calor,
chocolate del Anáhuac, cerveza de Kalmar;
invierno de noche larga y de walkyria
llorando frente al mar.

Quiero las mañanas blancas de gente fría
huyendo del glaciar; cielo agreste,
limpio, sobrio, modesto,
ordenado, señorial.

Quiero tu azul de nórdico, quiero vivir
en tu heredad: fiordos, icebergs,
auroras, muérdago, sagas
terribles y viajeros del mar.

El peor de los pecados

Borges decía en su poema "El Remordimiento":

"He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz."

Así creo que es para la mayoría de nosotros, habitantes de Sudaquia modelo siglo XXI. Parafraseando a Borges, yo diría, primero de mí mismo, que no he sabido ser feliz. Que me dejo llevar por el rebaño, buscando la felicidad en eso que creo es la felicidad. La que me quieren vender, la que me quieren encajar, la que yo mismo me convenzo de alcanzar. ¿Y cómo sé qué es la felicidad?. ¡Por los otros!. Así aprendemos a ser felices, a ver qué es lo que hace felices a los demás, sin preguntarnos qué nos hace felices a nosotros. O sin entenderlo.

¿Cuánto tiempo paso deseando lo que luego descubro que no me hace feliz?...¿cuánto le doy a aquéllo que me hace reír?. ¿Cuándo me permito eso que me gratifica?. ¿Por qué medir la felicidad en cantidad y no en calidad?. ¿Y es cuantificable la felicidad?.

Yo no sé qué es la felicidad para mí. Por ahora sólo sé que si no me decido a vivir mi vida de una vez por todas, la felicidad será siempre eso que les pasa a los demás.

miércoles, febrero 14, 2007

Valentinero

¿Por qué hoy el día arrastra las horas durante un siglo?
¿Por qué muere el resplandor?
¿Por qué siguen todos ahí viviendo sus días de búsqueda sin
solución?.

¿Quién ordenó que el día mute a noche sin eclipse de sol; quién
le dijo al silencio que apague mi voz?
¿Quién te descifró la fórmula de mi dolor?

¿Qué es esta enfermedad que me mata y me vela sin cajón?
¿Qué tendrá la traición de dulce si el que la sufre
corrompe su razón?

¿Cuándo dejaste de escribir mi nombre en las hojas?
¿Cuándo decidiste arrugar mi vida como cartón?. ¿Cuándo
fue tu anhelo por mí contaminado por la irreflexión?.

¿Cómo dejar de sentirte si me consumo en la memoria
de los que eran dos?
¿Cómo se cura el vértigo de mi perdición?

¿Dónde se supone que debo buscar argumento para mi valor?
¿Dónde, decime, dónde busco ahora las mañanas
de sábanas, café y vos?

martes, febrero 06, 2007

El retorno

Ha vuelto. Me ronda como un lobo hambriento. Pero no ataca. No. Sabe que, a través de incontables batallas, me hice fuerte. Ya no puede, aunque quiera, penetrar todas mis defensas y llegar al centro de mi fortaleza.

Y me ronda. Ha puesto sitio a mi magnífica fortaleza. Me sonrie a medias y me mira de soslayo, como quien lo ha previsto todo. Frente a mí se ha plantado con intenciones oscuras. Ya no sé si realmente desea entrar o simplemente hacer alarde de su poder.

Yo lo detesto. Me traicionó una, mil veces, y eso bastó para que fuéramos desde entonces enemigos.

Me asomo por el muro y le grito todas las destrucciones que causó. Después de su traición, he quedado devastado.

Pero, irónicamente, sé que no podré subsistir sin él. Ésa, y no la mía, es la verdadera fortaleza. Ése es su baluarte, su arma secreta, el ariete con el cual arrasará mis defensas.

Y caen mis defensas. El castillo se desmorona por su propio peso. Quedo una vez más indefenso. Con él, pero sin él.

Es Tilzim, El Errante del mundo, que viene y se va del corazón de los hombres. Pero no ha venido a anidar en el mío, sino a derrumbar sus murallas, a pisotearlas y a dejarme sin defensas.

Lloro con la frente contra el suelo y recuerdo la sentencia del Venerable: "The happiest man that walks on this earth is the one who finds true love".
-Vlad Tepes

sábado, febrero 03, 2007

El Errante

El anciano de larga barba y túnicas azules movió con su cayado los troncos que ardían en la fogata y éstos se desparramaron y ardieron con más fuerza. La llamarada despertó al círculo de los discípulos que se había dormido.

La noche se extendía serena pero fría. Las estrellas parpadeaban con vanidad en la cúpula del cielo. Sólo el crepitar de la hoguera y las criaturas de la oscuridad desafiaban el manto de la noche, cuyo pliegue sinuoso protegía a todos.

Numlil el Sabio volvió a remover la leña que ardía en el centro del círculo. Nadie en todo Ki Engir podía aventurar la edad del Venerable, porque aún para los más ancianos del reino, Numlil siempre había estado allí, como consejero del Rey y mensajero de los Dioses. Y Numlil, una vez más, habló: -“prestad atención a mis palabras ahora, porque lo que voy a contaros es una historia de antes del tiempo-. Y reclinándose sobre su largo bastón miró a todos sus jóvenes aprendices, a medida que continuaba: -el siguiente es un relato de Los Antiguos, el primero de los relatos que Enlil el Grande grabó en arcilla cuando levantó el templo de En Dhara. Esto ocurrió en la noche de los tiempos, antes de que Alulim de Eridug cumpliera el primero de sus 28.000 años de reinado, y mucho antes aun de que el país de Ki Engir fuera habitado por un Sagigga.

Y Enlil la llamó la canción del Enamatum, que en la lengua de los dioses significa ‘el errante’.

En el principio eran Anaman Lir , el Grande, y su esposa, Eha. Ambos crearon El Abismo y El Devenir, y son eternos en su gloria y permanencia. Juntos engendraron a los Dioses Inferiores, sus vástagos: Enamu, Elehum, Enaron, Sinámma, Lama, Anura, Endora, Oróbel, y Tilzim.

Y he aquí que Anaman se levantó de su trono y demandó que todos sus hijos concibieran una creación digna de ser admirada, como regalo a él y a Eha, por haberlos concebido.

Entonces Elehum, el veloz, se alzó a sí mismo por sobre el Abismo y reuniendo todas su fuerzas sopló sobre él, y para asombro de todos el Abismo se dividió, y de un lado quedaron las aguas y del otro la tierra. Y Anaman y Eha vieron que esto era admirable y se vieron complacidos.

Luego se levantó Enamu, quien deseaba por sobre todo superar a su hermano y ganarse la admiración de los Grandes. Descendió entonces hasta la tierra y tomó una parte de ella y amasándola con sus manos fabricó rocas y piedras preciosas de incalculable belleza, y las hizo de todos los tamaños y formas imaginables. Tomó luego sus piedras y las marcó con el fulgor de sus ojos azules, y reuniéndolas a todas en su manto subió a la cúpula del Abismo y allí las engarzó, una por una. El Abismo entonces brilló bajo la luz titilante de las gemas de Enamu, y Anaman y Eha se regocijaron en la creación de Enamu y quedaron admirados.

Enaron el sabio, al ver la habilidad de su hermano, abandonó su trono dorado y clamó:- no ha de brillar la obra de mi hermano más que la mía, he aquí que mi gloria os iluminará a todos-. Y tomó también una gran porción de la tierra y la amasó toda junta hasta formar con ella una enorme antorcha que encendió con una de las piedras de Enamu. La antorcha se encendió con el fragor de mil truenos y todos los dioses temblaron por la creación de Enaron. La luz de la antorcha iluminó toda una sección de la cúpula del Abismo, opacando las gemas de Enamu.

Subió luego Enaron a su carro y partió rumbo al otro extremo del Abismo, iluminando con su antorcha cada sección de la cúpula, del Abismo y de la tierra a su paso.

Maravillados por el espectáculo, Anaman y Eha le ordenaron que no se detuviera hasta que ellos así se lo pidiesen, para que siempre la cúpula estuviera iluminada, ora por las gemas de Enamu, ora por la luz cegadora de Enaron.

Viendo las hijas de Eha que sus tres hermanos habíanse ganado la admiración de los Grandes y del resto de los vástagos, se decidieron a actuar: Sinámma la bella se levantó y tomó su espejo y con él siguió a su hermano Enaron en su viaje por la cúpula del Abismo, y el reflejo de la luz de Enaron en el espejo de Sinámma se proyectó sobre la tierra y las aguas como una suave caricia, y así la tierra y las aguas estuvieron siempre y desde entonces bajo la luz de los dioses, pues cuando Enaron se halla con su fuego en un extremo de la cúpula, Sinámma se encuentra en el opuesto, siguiéndolo e iluminando con su espejo la tierra, para gloria de Anaman el Grande y de Eha.

Tocó entonces el turno de Lama, la segunda de las hijas de Anaman y Eha. Tomó Lama una porción de las aguas y las transformó en nubes, y con el soplo de Elehum las depositó en medio de la tierra en forma de lluvia. Y la cantidad de lluvia fue tanta que el agua se escurrió por toda la tierra en una sinfonía de arroyos y ríos, lagos y lagunas y estanques y en todos ellos las aguas cantaron la gloria de los Grandes, y las aguas se movieron al compás del carro de Enaron y del espejo de Sinámma.

Los hijos menores de Anaman se reunieron y viendo que las obras de sus hermanos eran grandes y bellas, se preocuparon. Y viendo que sus hermanos habían maravillado a todos con la cúpula celeste, bajaron pues hasta la tierra y las aguas y allí obraron sus prodigios.

Endora tomó agua del Abismo y luz de la antorcha de Enaron y las amasó con la tierra emergida y creó las plantas y los árboles que se alzan en la tierra y en el mar. Y las plantas y la hierba cambiaron el color de toda la tierra y de las aguas, y crecieron y se propagaron por sí mismas con el aliento de la vida que Endora les dio. Y Anaman y Eha bajaron y habitaron por un tiempo entre los jardines de Endora, complacidos del verdor.

Y desde su trono Anura dijo: reclamaré una parte del Abismo para mí, y allí mis creaciones dominarán por sobre las demás. Y así Anura descendió a las aguas del Abismo y llenó los mares y ríos de criaturas de todos los colores y formas que nadan y colman las aguas, y desde entonces Anura es el señor de las aguas y de los abismos insondables.

Tomó Oróbel el ejemplo de su hermano y reclamó para sí los cielos que están por debajo de la cúpula y las tierras secas, y echó a volar a todas las criaturas del aire y les ordenó cantar para los Grandes cada vez que la antorcha de Enaron se enciende y se apaga en el horizonte, y con barro y rocas duras creó un sinnúmero de criaturas extrañas y agradables a los ojos de todos los dioses, y que corren por la tierra y cantan con sonidos nuevos la majestad de Anaman y de Eha.

Y los Grandes estaban admirados de las creaciones de sus hijos y se preguntaban -¿qué hay de Tilzim, el más pequeño de nuestros hijos?-.

Tilzim era el más joven de los Dioses Menores, pero el más astuto de todos, y el que más amaba a Anaman Lir y a Eha. Viendo las obras de todos sus hermanos se propuso a su vez que la suya sería la mayor de todas. Y siendo que aún luego de las creaciones, no había mayor majestad y belleza que la de los Grandes, concibió la idea de dar vida a los Upanishim, que en el idioma de los dioses significa ‘los servidores’.

Y a imagen de los dioses y diosas los hizo también varón y mujer. Al varón lo hizo a imagen y semejanza de Enaron, el más fuerte y robusto de los Dioses Menores. Y a la mujer la hizo según Sinamma, cuyo espejo esparce la luz de su belleza por toda la cúpula.

Y habiendo creado a las primeras parejas de Upanishim, insufló sus corazones con el recuerdo del amor que Anaman el Grande guarda por Eha, y los Upanishim cantaron canciones a todos los dioses tan pronto como despertaron a la vida. Y cuando cantaron, toda la creación se admiró de las criaturas de Tilzim, y los Dioses Menores quedaron sorprendidos de la habilidad de su hermano más pequeño, y los Grandes se levantaron en sus tronos dorados y se vieron satisfechos, porque la obra de Tilzim coronaba toda la creación.

Los Dioses Menores llamaron a los Upanishim ‘los hijos de Tilzim’, que en el idioma de los dioses se dice Tilzimnéri, porque no los consideraron sus servidores, sino sólo servidores de los Grandes.

Y durante todo el tiempo en que la antorcha de Enaron brillaba con más fuerza en el cielo, Tilzim bajaba a la tierra y habitaba en los corazones de los Upanishim, y su aliento alegraba las almas de los hombres y mujeres y éstos cantaban y festejaban su alegría y se unían entre sí y engendraban hijos e hijas que muy pronto llenaron la tierra y las islas del mar.

Pero la envidia y los celos carcomían las entrañas de Anura, Endora y de Oróbel, porque sus criaturas no eran tan bellas como los hijos de Tilzim, y los cantos de éstos opacaban los trinos de las aves y los colores de los seres del mar, y aunque Anaman y Eha estaban complacidos y deleitados con todos, prestaban más atención a los Upanishim que a cualquier otro ser.

Y viendo los tres que con cada visita de Tilzim a la tierra, la belleza, la alegría y el número de los Upanishim aumentaba, conspiraron contra ellos y contra Tilzim, su hermano menor. Y engañándolo, fingieron visitar la tierra junto a él y cuando Tilzim estuvo frente a los Upanishim una vez más, Endora y Oróbel se abalanzaron sobre él y lo capturaron, y lo llevaron a una roca que Anura había hecho emerger en medio del mar océano y del Abismo. Y allí lo encadenaron y se aseguraron que no pudiera visitar la tierra ya más.

Y cuando el aliento de Tilzim abandonó a sus hijos, los Upanishim sintieron tristeza y ya no cantaron ni se unieron ni engendraron más. Entonces Endora y Oróbel abrieron las puertas del Abismo de par en par y dejaron que la Muerte y la Enfermedad entraran en la tierra para que acabaran con los hijos de Tilzim. Y entre ellos habitó por primera vez la muerte y el dolor y la enfermedad, y desde los tronos dorados de los Grandes ya no se oían canciones ni gritos de alegría, ni las risas de los niños, ni las palabras dulces de los Upanishim, porque éstos estaban muriendo en gran cantidad. Y la Muerte y la Enfermedad se enseñorearon de la tierra y del mar, y también las criaturas de Anura, de Endora y de Oróbel murieron y todo se llenó de muerte, pestilencia y silencio.

Pero Eha se compadeció de las criaturas de todos y especialmente de los hijos de Tilzim, y bajó al mar océano y liberó a Tilzim de las cadenas impuestas por sus hermanos y le dijo: -ve y sana a tus criaturas, porque su belleza y bondad marchitas hieren mi corazón, pero no habites siempre entre ellas ni las hagas tan perfectas a los ojos de tus hermanos, pues grande será su envidia y luego intentarán destruirlas nuevamente-.

Descendió Tilzim a la tierra y con su aliento sanó a todas las criaturas vivientes, y puso un límite a la Muerte y a la Enfermedad, pero ya no las pudo expulsar del mundo. Y reunió luego a todos los que quedaban de entre sus hijos, y les sopló nuevamente con el aliento de su corazón, para que crecieran y procrearan una vez más. Pero les alertó que ya no podrían vivir para siempre, como los dioses, y que la Muerte y la Enfermedad rondaban ahora por los extremos de la tierra y que debían cuidarse de ellas. Y para que sus hermanos no le capturaran nuevamente, adoptó una nueva forma, etérea como el viento de Elehum, pero fuerte como los pilares del Abismo. Y bajo esta forma se esfumó de los ojos de los Upanishim, y ya nunca los visitó regularmente en el verano, sino que, para no ser descubierto, vagó por toda la tierra y por las islas del mar, anidando intempestivamente en los corazones de sus hijos y regalándoles la fuerza de la vida, y haciendo crecer en ellos la alegría y el deseo de vivir y de amar y de engendrar, y mientras habitaba en ellos, ni la enfermedad, ni la muerte, ni obstáculo alguno podía quitarles la alegría del alma, pues aunque errante y a veces esquivo, cuando los dioses de la envidia se distraen, Tilzim siempre vuelve al corazón de los hombres”-.