martes, diciembre 12, 2006

Conmigo

Aprendí a entenderte.
De a poco te fuiste haciendo parte de mi vida.
Incesante, no te apartaste de mi lado.
Estuviste conmigo desde que era chico.
Sí, desde entonces creo recordar tu rostro siempre cerca mío.
A medida que crecía pasabas más tiempo conmigo.
Me entregué y busqué compañía en otros.
Tuve varios desengaños. Ni uno más que los normales.
A partir de ellos fui entendiendo que, tal vez, eras la mejor.
A partir de ellos comprendí que vos, nunca me dejarías.
Hoy siento algo que me llena por completo. Algo triste.
Es parte de mí, como mi voz.
Hoy te veo distinta. Hoy te hago parte definitiva de mí.
Hoy ya no busco, porque te encuentro.
Bienvenida a mí. Soy tuyo. Siempre lo fui.
Acá estoy, soledad.


viernes, diciembre 08, 2006

La búsqueda - II -

Pensé detenidamente en la pregunta del viejo. Temía irme sin la respuesta que buscaba y que todo el esfuerzo por llegar hasta la montaña hubiera sido en vano. Temía volver con las manos vacías. Miré el fuego mientras pensaba y por unos segundos me abstraje de todo. La pregunta que me inquietaba estaba allí, a punto de escapárseme de los labios. Tomé valor una vez más, y hablé:

-Soy el hijo del jefe de la tribu. En poco tiempo, mi padre morirá, y yo seré la cabeza de mi familia y del pueblo. Pero no sé nada de mandar gentes o dictar justicia. Mi padre no me ha enseñado nada más que las tareas comunes de un hombre. Me han dicho que tú eres sabio y que puedes ver más allá de tus ojos. Dime, anciano, ¿cómo me preparo para mandar sobre los de mi tribu?-.

Cuando terminé de hablar, sentí que el corazón me golpeaba el pecho. Me costaba respirar. Seguí preguntándole al anciano con la mirada fija en su rostro. Él terminó con su canasto. Lo observó cuidadosamente por unos segundos y luego lo dejó a un lado, junto con otros más. Entonces levantó sus ojos hacia mí y creí ver en su mirada la sabiduría de la que hablaban en el pueblo.

-Mandar es fácil. Ya sabes eso. Un niño sabe mandar sobre sus hermanos. Una mujer manda en su casa, en el corral, en la cocina. Tú sabes cómo darle órdenes a tu rebaño. ¿Eso es lo que quieres saber?.-

-Dices la verdad. Mi padre también sabe mandar. Y mis hermanos menores. Y mi madre, la que manda entre las mujeres de la tribu. ¿Ves esta marca, sobre mi hombro?, fue hecha con fuego cuando cumplí dieciséis años. Es el símbolo de mi linaje. Lo tiene mi padre, como lo tuvo mi abuelo antes que él. Ese círculo le dice a todos que lo que yo diga se debe hacer. Y cuando mi padre muera, lo que yo diga, la tribu lo hará. Pero es el símbolo lo que respeta la tribu y mis hermanos, no a mí. No me obedecen a mí, sino a la tradición del círculo. Yo quiero que las gentes acaten mi voz, no mi marca. Así, cuando yo muera, me recordarán a mí por lo que hice, no por mi linaje.

El viejo no apartó sus ojos de mí mientras hablé. Entonces, dijo:

- ¡Intip Raymi!. Cinco generaciones he visto pasar, y ninguna produjo un vástago como Tijsi, hijo de Kápak. Cuando tu abuelo Illimani se sentó frente a mí como tú ahora, me preguntó cómo podía hacer para cosechar maíz en las laderas de las montañas. Hablé, y así alimentó a su familia y su cría devino en tribu. Tu padre quiso saber cómo hacía para engendrar muchos hijos, varones y fuertes, para asegurarse el control de las gentes. Todos los príncipes de tu familia, a su debido tiempo han subido a la montaña para hacerme una única pregunta, la que ellos creen que les dará el dominio sobre Tauantinsuyu, pero ninguno habló con voz de mando.

-Mi padre no me habló del Tauantinsuyu. Sólo me dijo que debía venir aquí a hacerte una pregunta, la más importante de todas. Nada más dijo.

-Por eso Kápak no ha sido grande. Sólo mantuvo lo que heredó. Tu abuelo Illimani habló con inteligencia. Tu padre Kápak habló con ambición. Pero no bastan para ser hijo de Inti y reclamar el trono dorado. No bastan. Sólo la pregunta correcta abre el camino. Hijo, yo no tengo la respuesta a tu pregunta, pero sé dónde podrás encontrarla.

-¿Dónde, anciano?.

-En Topa Yauri.

sábado, diciembre 02, 2006

El dado

Guardo para mí la certeza de que el azar acompaña a ciertas personas con la misma persistencia con que la desgracia abruma a otras.

Suelo mantener esta creencia entre mis pensamientos más íntimos, porque entiendo que pocos se animarían a compartirla y muchos, por el contrario, la encontrarían arretobada.

Vengo observando desde muy chico ciertas regularidades en lo que llamo destino y azar, que cada día que pasa agregan certidumbre a mi concepción de lo que vulgarmente llaman “suerte”.

Veamos el caso de mi tío, el gallego Manuel. Siempre ha tenido suerte. No hubo sorteo en las fiestas de fin de año de su laburo en los cuales no se ganara algo. Pero a la recurrencia de su “suerte” debemos agregarle una dosis de “eficiencia” : ganarse un ventilador de techo unos días antes de comprarse uno por cuenta propia, o una videocasetera cuando se te acaba de romper otra es, cuando menos, doble suerte.

Su única hija, mi prima Analía, parece haber heredado los genes benévolos de su padre: acostumbra ganar cualquier cosa allí en donde el azar es el primer protagonista.

Anécdotas aparte, creo firmemente que el azar no es azaroso, y que por el contrario, existen ciertos factores del ser humano –aún fuera de control consciente- que pueden, hasta cierto punto, conducirlo.

Van un par de ejemplos de lo que quiero decir: ¿ nunca les pasó que, luego de no haber ganado nada en sus vidas, justo el día en el cual no quieren salir beneficiados en un sorteo o algo parecido, ganan?. Hace poco me comentaban de una persona que nunca tuvo suerte, y que en el sorteo de una fiesta ganó un gran premio, aunque esta persona deseaba secretamente no ganar nada, ya que el agraciado debía pasar al escenario y bailar frente a un público expectante y esto, obviamente, lo llenaba de vergüenza.

La única vez que gané algo por azar fue precisamente en circunstancias similares: fui a un boliche con dos amigos. Junto con la entrada nos daban un número para sorteos. El ganador debía pasar al escenario, enfocado por todas las luces y era objeto de las burlas y pésimos chistes del animador, y el premio sólo nos era otorgado después de habernos entregado a unos minutos de escarnio público por parte de aquel fanático de la irreverencia.

En aquella ocasión tuve por primera vez en mi vida el firme deseo de no ganar. Obviamente gané, y por si fuera poco mi amigo rompió el juramento que le obligué a darme cuando entramos, de que si yo ganaba algo él subiría al escenario por mí y luego compartiríamos los premios. Sebastián –que así se llamaba el traidor- aceptó la promesa con algo de condescendencia, viejo conocedor como era de mi reiterada mala suerte.

Conforme leo, escucho o protagonizo más de estos eventos, me voy convenciendo de ciertos rasgos perversos que guían al azar. Es como si éste sintiera un íntimo placer en contrariar los anhelos de los que, como yo, pateamos el mundo sin el don de la casualidad numérica.


Lo opuesto sirve también como ejemplo: un verano pasábamos las vacaciones con mi familia en la costa. Quince días de aburrimiento infernal para mí, con 17 años recién cumplidos y confinado en un mar de dunas y calles de tierra. Una semana antes de que volviéramos, vinieron a la casa de al lado dos chicos, bajo la tutela de la abuela de uno de ellos. Flashié con Andrés al segundo de haberlo visto. Intenté acercamientos ayudado por mi hermana y compartimos entre los cuatro algunas tardes de playa y charlas. Mi timidez me impidió avanzar lo que mi interior me exigía, así que la noche anterior a que ellos se fueran, cenamos juntos y terminamos jugando a la generala.

¿Cómo explicar la increíble suerte que tuve aquella noche con los dados?. Allí no había azar sino causalidad: en las tres partidas hice generala, pero no sólo eso. Aunque no hubiera hecho generala, igual hubiera ganado los tres partidos por puntos, porque también había sacado póker, full y hasta dos escaleras servidas. Hasta mi hermana tuvo que comentar “Che ¿qué te pasa a vos?...¿de dónde sacaste tanta suerte?”. No lo sé. Tal vez había algo interno que me exigía más y, obviando la timidez que me atenazaba, aquella voluntad se coló por entre mis dedos hacia el cubo de los dados.

Casualmente la palabra “azar” viene del árabe hispánico y quiere decir, literalmente, dado.

viernes, noviembre 24, 2006

La búsqueda - I -

Atardecía sobre el bosque y los árboles me regalaban sus aromas de madera y verde. Subí la cuesta con determinación, obligándome a hacerlo, porque en el fondo estaba nervioso.

Llegué a la cueva. Sentí que estaba frente a un vórtice infinito en su oscuridad. Tomé valor y entré. Tanteando las paredes pude avanzar y acostumbrarme a la negrura que me envolvía como un manto pesado. Adelante, no muy lejos, distinguí un resplandor. Seguí hasta que la caverna se ensanchó en una gran sala que no pude determinar si era obra de la genialidad del hombre o de la persistencia de la naturaleza.

En medio del recinto había una hoguera crepitando. Me acerqué, tomé un leño y lo entregué al fuego, como quien deposita una fruta ante un ciego. Sólo que en aquél lugar, el ciego parecía ser yo.

Detrás de la pequeña fogata había un asiento labrado en la piedra. Era sencillo en su diseño, sobrio en la decoración geométrica, y macizo por donde se lo mirara. El anciano que lo ocupaba vestía también con sencillez. Una túnica roja y limpia que contrastaba como excepción con el entorno agreste. No sabía su nombre, pero todos lo conocían como “el viejo”. Y aunque el nombre parecía despectivo, todos lo enunciaban con reverencia.

Mientras yo cumplía con el ritual de colaborar con el fuego y me sentaba frente suyo, hoguera de por medio, el viejo siguió ensimismado trenzando un canasto de corteza. Lo hacía con la misma dedicación y atención con que un erudito escudriña un pergamino fantástico.

Esperé vanamente que levantara la vista, que me mirara, que me hablara. Perdí la noción del tiempo y el eco del fuego crepitando en la oquedad se tornó hipnótico.

-Hijo, ¿qué estás buscando?- dijo repentinamente, y el fuego pareció enmudecer, respetuoso, ante el maestro.

-Vine por respuestas, anciano-, dije tembloroso. –En la aldea me han dicho que sabes tanto como muchas vidas y que tienes respuestas para todo-.

-¿Eso te han dicho?-.

-Sí. Y yo les creo.

-Los hombres de tu aldea no han hablado bien. Aquí no tengo respuestas, sino preguntas. Pero las preguntas son como el látigo para el kipu, lo impulsan hacia adelante, hasta que un día, casi sin darse cuenta, llega a destino.

-¿Entonces no responderás a mis preguntas?, dije con tristeza, mientras el viejo no apartaba la vista de su canasto, que seguía trenzando con lentitud ceremonial.

-Te ayudaré a buscar las preguntas. Pero primero debes saber qué buscas. Ésa es la pregunta madre. Dime, hijo: ¿qué buscas?.

Enmudecí. El fuego eructó chispas, y un tronco vencido por la tenacidad del calor, cayó al fondo de la hoguera como un hombre que cae exhausto.

jueves, noviembre 16, 2006

Así he venido II

Según la cronología aceptada, tengo treinta y tres años y algunos meses. Pero dentro de mi madre, yo, que aún no era este que soy, ya latía con vida.

Prefiero, por varias razones, negarles a mis progenitores la gracia de haberme concedido la vida. Ellos, Beatriz y Francisco, no fueron mis padres. Esa palabra no les hace honor. Crearon, en algún momento de sus existencias, una vida que devino, muy a su pesar, en mí.

Porque quisieron domeñarme a fuerza de indiferencia, violencia y obligaciones.

Él, el loco, sólo aparecía en nuestra realidad como lo hacen los fantasmas que no distinguen la frontera entre la tumba y la vida que respira. Su furia ocasional se desplegaba de repente: era un huracán de insultos, un animal en toda la extensión del significado, un repartidor de culpas y agresiones incubadas. Él, apenas un siervo de su propia obstinación, creyó que yo acataría la tradición paterna de maltrato.

Ella, la dejada. La que sólo supo exigirles a sus hijos que hicieran lo que ella jamás intentó. La que se doblegó al loco vaya a saber por qué burla del amor. Eran dos desvariados arrinconados con la terca persistencia del idiota.

Por eso declaro, sin orgullo y sin pasión, que devine. Porque nunca hubo respuestas a mis preguntas, excepto las que yo mismo encontré. Porque nunca hubo afecto, salvo el que vino a mi encuentro cuando huí desorientado por casi un día de aquél lugar que vanidosamente llamaban “casa” y que nunca lo fue.

Debí olvidar todo lo aprendido. No sabía quién era, qué quería, quién sería. Mientras mis amigos persiguieron sus anhelos, yo me detuve. Durante varios años busqué algo en el desierto de mis afectos interiores. Fui judío errante en mi propia eternidad, escrutando evocaciones de la infancia, hurgando en cajones reacios a la introspección, la historia de mi vida que los ellos habían escrito por mí.

No existe quizás mayor tristeza que verse a sí mismo como me vi en aquellos días, los días del diván. Leí mi biografía, la que él y ella habían escrito para mí. Leí el prólogo, los párrafos de mi infancia, y me ofusqué por las hojas de la adolescencia, brutalmente arrancados de cuajo.

Y lloré. ¡Cómo lloré!. Mojé almohadas, libros, mangas de buzos y toallas tratando de extirpar algo que se puede llamar dolor, pero cuya profundidad insondable sobrepasa cualquier etimología.

La tristeza me alejó de los vivos. Comprendí, -o creí comprender- los arcanos del suicida. No crean, ustedes que respiran vida, que podrán interpretar alguna vez lo que siente el suicida, porque no hay libro o psicoanalista que pueda abarcarlo.

Y yo también, como el loco, fui por un tiempo fantasma. Me sentí ajeno al mundo de los que ríen y proyectan. Me sentí un paria, un refugiado, un hijo de predestinaciones escamoteadas. No quería morir, pero tampoco soportaba aquel vago transitar de mi organismo por el tiempo y por el mundo.

Me deshice en harapos. Fui esclavo, siervo humillado, manojo de frustración.

Tomé un respiro, un par de pastillas, y abrí los ojos. Ahí estaba el otro yo, temido y ansiado. Era ése que, lento pero firme, me secaba las lágrimas, me mostraba mi valía, el que abría senderos posibles.

Entonces un día, o una semana -qué importa ahora-, estuve de regreso. Corrí lo desandado durante los días de introspección y devine en constructor.

Conocí el enamoramiento, la fascinación, el amor imposible. Creo que por primera vez en mi libro, escribí sobre la pasión y sobre el deseo. Padecí tanto el engaño como la desilusión. Me cansé de excusas inventadas para no corresponderme y también, me di el dudoso lujo de despreciar.

Descubrí el efecto de mi ser en los demás. De mi voz, de mis ademanes, de mis silencios.

Ahora sí siento que soy uno con el que escribe. Recién después de siglos de transitar por meandros y estepas, puedo intentar enseñorearme de un terruño propio.

Hoy escudriño la paz y la felicidad. Pienso que ambas son como la arena y el horizonte. Una puede alcanzarse con las manos, pero se escurre inevitablemente. La otra está siempre allá, un paso más adelante.

sábado, noviembre 11, 2006

El Heresiarca

Entonces El Que Habla dijo: "-No es bueno quien no es justo consigo mismo y con los demás. Porque no existe bondad sin justicia. Vengo a traerles un legado: soy la voz de los que fueron silenciados, de los que sufrieron por la verdad.

El falso profeta sentenció: 'pon la otra mejilla'. Yo les digo: dad a cada uno lo suyo, buscad la paz defendiendo la verdad. El orden nos libera. Respeten, y serán respetados.

Pero quienes no tengan respeto de vuestras normas y leyes, tampoco deberán ser respetados. Deberán ser apartados de vuestro entorno, hasta que demuestren que entendieron las reglas de la comunidad. Y si no las han entendido, entonces deben ser apartados para siempre. Y si persisten en atacar vuestro modo de vida, entonces debéis acabar con su vida.

Porque el bien de la comunidad es el bien supremo.

Tu palabra no tiene valor si tus actos no le siguen. Si quieres paz, practica la paz. Si hablas de humildad, lleva una vida humilde. No lean las palabras de los hombres, que se consumen en el mismo aire que las exhala. Observen sus actos: ellos hablan y no mienten.

Vengo a abrir sus corazones, pero también a liberar sus mentes de la esclavitud de la fe ciega y falsa del crucificado. ¿Quién puede postrarse ante un dios que mató a su propio hijo?. ¿Qué herencia puede dejar un culto que dice amar la vida pero adora un cadáver sangriento en una cruz?.

¿Cómo puede sermonear sobre el amor aquél que niega el amor carnal?.

Ven y mira: tu Dios verdadero no te juzgará por el tipo de persona a quien amarás, sino por la calidad de tu amor.

Así está escrito que habló el Nuevo Profeta en el santuario frente al mar, y su palabra fue tenida por herejía, pero sus seguidores juraron seguirlo y repudiar el Libro de los cristianos y el Libro de los judíos y hasta el de los mahometanos.

Y por primera vez en dos mil quinientos años, hubo gente que rezó sin estatuas, que comprendió sin libros, que se sintió libre y feliz sin curia ni reverencias.

Escrito al azar

Más que una mansión, aquel lugar, aquella construcción era un verdadero palacio imperial. Los jardines evidenciaban las expertas tijeras de jardineros profesionales.

Busqué en el directorio un mapa sobre aquél paraje extraño, mientras me acurrucaba más cómodamente en el almohadón naranja del tren.

Con mi birome de mil viajes hice un círculo azul en el mapa. Un paisano dejó de pedalear al paso de mi tren, y una galletita cayó sobre mi mapa, en un descuido imperdonable de mi lesbiana compañera de asiento.

La miré con seriedad y me devolvió una sonrisa tímida. Su guarnición adicional de almuerzo era devorada con una técnica mixta de palitos chinos y tenedor. Su vestido era una antología del menú del día. Su interrupción, una blasfemia para mi mapa.

sábado, noviembre 04, 2006

Así he venido

Dicen los que vinieron antes que yo, que una tal Beatriz –“la que hace feliz”- y un tal Francisco –“el que hace libre”- me dieron la vida hace casi treinta y cinco años.

No les crean: yo no estaba allí, en el recinto de la almas que esperan su número para llegar a la Tierra. Yo devine, me hicieron, me hice.

En la cronología aceptada, tengo treinta y tres años y algunos meses. Pero dentro de mi madre, yo, que aún no era este que soy, ya latía.

En aquellos años, el pueblo de Don Bosco era pacífico, residencial, una estación del Roca casi desconocida para quien no fuera del partido de Quilmes.

La toponimia signó mi destino escolar: jardín de infantes, primaria y secundaria entre los Salesianos, más conocidos como “Obra de Don Bosco”.

Cuando mis viejos no respondieron más a mis preguntas, aprendía a leer. Cuando la religión no satisfizo mis inquietudes, caminé un tiempo por la senda del escepticismo, del positivismo y de otros tantos ismos. Ninguno de ellos pudo hasta hoy completar mi búsqueda.

Algunos dicen que la vida es eso: la búsqueda de algo que nunca encontraremos ni debemos encontrar, porque vivir es caminar.

Desde entonces y desde siempre me hago preguntas y busco respuestas. Torturo mi existencia a veces en demasía con cuestiones inconducentes, y no pocas veces me pierdo en sutilezas bizantinas.

La sociedad, tal y como la conocemos, me enfurece y me desgasta. Por eso intenté aproximarme a ella desde la Sociología, pero esta última me regaló, para mi decepción, más dudas que certezas.

Quiero cambiarlo todo, me apasiono y me frustro con igual intensidad.

Aún hoy, cuando puedo sentir la noche lejos de la ciudad, o cuando me fatigo en la montaña, extraño perder la razón por un amor imposible. Entonces recuerdo la leyenda que contaban los hombres del Sumer, en donde el amor y la pasión se unen en un viejo errante que se va sin decir nada, y que llega cuando uno menos lo espera.

lunes, octubre 30, 2006

Los Arutimunna

Ésos, que ni siquiera miramos al pasar y que al nacer, ya todo lo han perdido. Ésos que son feos, negros, y pobres, o que han fracasado, en el amor, en el juego y en la vida. Ésos, que sufren vejámenes e insultos todos los días en el trabajo, en la escuela, en la calle, en el club. Ésos y ésas que han sido heridos, en el cuerpo y en lo más profundo del alma, ésos y ésas a quienes la vida se obstina en denigrar; los que todo lo intentaron y nada lograron; aquéllos a quienes incluso la esperanza abandonó: ésos, no tienen nada que perder. Por eso se vuelven contra vos y contra todo. Nada que perder, vida por vida, ojo por ojo. Míralos, están a tu alrededor. Se multiplican por millones. Son la inseguridad, la injusticia, la desnutrición, el abandono, la miseria y el analfabetismo. Miran al mundo desde la vidriera de la eterna negación. Ésos, que esperan su muerte, ésos, que los Antiguos conjuraban con temor reverencial, son los Arutimunna, los que esperan la muerte, y son tus verdugos.

martes, octubre 24, 2006

Fotofobia

Reposaba. Su cabeza apenas rozaba el respaldo del asiento en donde yacía semidormida, como arrojada allí descuidadamente.

El sopor del mediodía invadía el vagón por la persiana abierta. El fulgor le ladeaba la cara con un rictus mezcla de apatía e incomodidad. El pie -elegantemente enfundado en una sandalia de impecable diseño- se hundía en el asiento y obligaba a la pierna a acomodarse en una complicada mueca. Toda su postura evidenciaba pudor y descaro por partes iguales.

Otra andanada de luz atacaba la retaguardia del asiento, proveniente del vagón anterior, iluminando el umbral del coche en conjunción con la ventana.

Sólo ella respiraba hastío en aquella argamasa de cueros, metales y maderas vetustas, fatigadas por innumerables tránsitos.

Sólo ella escapaba al hastío dominical. Sólo ella rumiaba vaya a saber qué desencanto, qué amargura, qué anhelo lejano. Tan lejano como el final de aquél verano.

Porque quizás, no haya mayor tristeza que la tristeza bajo el sol de verano.

martes, octubre 17, 2006

El errante

Numlil, anciano entre los ancianos, es el último que recuerda, por boca de su abuelo, cómo era el tiempo en el que el verano no dejaba la tierra, ni los árboles despedían a sus hojas.

Antes que las aguas cubrieran la tierra de los cuatro ríos, hubo otra era. Los hombres morían con doscientas cosechas a cuestas. Las casas no tenían puertas, ni las ciudades murallas.

Antes, mucho antes que el primer Upanishim pusiera un pie en el país de Mor, Tilzim nos visitaba.

Él bajaba y se sentaba en el trono dorado de la pirámide de Mor y hablaba a los hombres. Enseñaba su sabiduría y cantaba con nosotros, sus pequeños. Porque para Él, no eramos más que niños. Y todo lo que los Upanishim saben, lo aprendieron de Él. A cantar con el viento, a multiplicar las plantas y los árboles, a domeñar las criaturas, a preparar la uva y a respetar la guarida del león. A seguir el paso de las estrellas en la cúpula y a predecir la crecida de los ríos.

Todo nos lo enseñó sin pedir nada a cambio. Todo nos lo regaló con infinita benevolencia. Pero cuentan las diez mil tablas de Khorsabad, que los Annunaki, saliendo del abismo, envilecieron el corazón de los hombres para pudrir Su creación. Y los hombres prestaron sus oidos a los Annunaki. Y construyeron murallas, y carros y tomaron bestias de las llanuras y montaron sobre ellas para hacer la guerra y combatieron entre sí con todo lo que encontraron que les fuera útil para matar y dañar.

El odio anidó en sus corazones y sus mentes cayeron en la obscuridad del abismo. Un día, Utama de Eridu rompió el sello de la pirámide y robó las tablas que custodiaban los sacerdotes. En su palacio de piedras negras, combinó las enseñanzas de todos los Upanishim y guardò en un arca dorada, todo el fuego del sol. Utama llamó a la guerra a su enemigo Enkil y en el atardecer del quinto día de batalla, se abrió el arca maldita.

Entonces el fuego se derramó por la llanura en un suspiro. En una extensión equivalente a cinco meses de marcha, no quedó árbol, hombre o animal en pie, ni casas ni murallas ni hierba, sino cenizas y humo que cubrieron el sol durante días. Los que no fueron calcinados por el fuego de Utama, caían muertos días después, quemados por dentro.

Los hombres que sobrevivieron huyeron hacia el norte, hacia el sur, hacia el este y el oeste, porque la tierra de Mor había quedado cubierta de cenizas. Y Tilzim habló a los hombres, una úlitma vez, y dijo: "No verá el hombre mi rostro ya en la tierra de Mor, ni en Eridu ni en el país de Kemet, porque sus corazones han negado mis enseñanzas y oído a los Annunaki. Que el sol retroceda pues y que los hombres anhelen su calor que les será negado tres veces y una vez concedido. Y la tierra será un páramo estéril hasta que los niños que la habitan comprendan el secreto de la vida".

Entonces, Tilzim buscó a Nohir, escriba del templo y le dijo: "Nohir, tú conoces la compasión, toma arcilla y escribe, de mí para los hombres: "Yo soy Tilzim, tu Dios, y no abandonaré a mis criaturas. Andaré errante entre el cielo y la tierra y bajaré nuevamente para pesar el corazón de los hombres. Entonces los pondré a prueba y sólo los justos vivirán de verdad. Ve y dile a los hombres que volveré".

-"¿Cuándo, mi Señor, volverás y cómo sabremos que has regresado?".
-"El Tiempo es mío. Esperen, que vuelvo. Cinco mil cosechas contarás, y cuando la estrella se mueva en el horizonte, y se detenga, allí los que caminan con justicia me encontrarán".

Así lo cuenta Numlil, como está escrito en las tablas de Mor, en el palacio de Khorsabad, según lo escuchó de las gentes del Libro, los que creen en un solo dios.

lunes, octubre 09, 2006

La noche

La noche ejerce en mí una fascinación sensual. Pero no cualquier noche, no. Una como la de hoy: casi estival.

No se trata de un ansia carnal, casi vulgar, sino más bien de una atracción por lo crepuscular. Es una obsesión onírica la que me seduce desde la obscuridad. Cuando cae el sol, en primavera y en verano, algo primitivo resuena en mi interior. Resabios, tal vez, de un Revenante oculto en las páginas de mis genealogías.

La obscuridad me estimula. La mente se agita, busca salidas inesperadas de la prisión somática que la mantiene en su sitial diurno. Cuando camino, (siempre por calles arboladas, preferentemente por las que aún conservan esos viejos caserones que hicieron famoso a Belgrano) puedo respirar las hojas de los árboles, el polen de los capullos que se abren a la luna y a los insectos, las emanaciones de la tierra húmeda, la voluptuosidad de la piel sin ropa de los que me cruzan.

Entre los pliegues de la noche me filtro, y me inmiscuyo en el mundo surrealista de las criaturas prohibidas, de los temores ancestrales, del terror de los antiguos. La negrura se densifica, casi como una bruma que me rodea. Los sentidos se agudizan: ahora puedo oír rumores transmitidos de unos a otros entre los árboles, puedo percibir los ominosos movimientos de ciertos objetos inanimados que, libres ya de vigilancia humana, despliegan su actividad noctámbula con escalofriante falta de pudor. Descubro la mirada de gorriones y palomas que me observan con sigilo desde las oquedades de los plátanos. Entre ellos se mueve una sombra más negra que el abismo, pero sólo yo la presiento. Y ella a mí.

Deambulo así sin rumbo fijo, a la deriva entre las brumas opacas que toman por asalto el barrio como un ejército en emboscada, como un depredador experimentado. Transito de un mundo a otro embriagado de noche espesa y sinuosa. En su seno anidan misterios inescrutables que se niegan a los profanos diurnos, y que si se revelan indebidamente, se esfuman en el aire.

domingo, octubre 08, 2006

Los Justos

"Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo."
-Jorge Luis Borges

sábado, octubre 07, 2006

Revelación

Ayer volvía del trabajo, y en la calle todo era ruido y humo del tráfico. Caminaba ensimismado en un mundo de obligaciones por cumplir que me abrumaban. Llegué a la parada del 152 y esperé. Un autómata más entre los millones que cumplen horarios, un siervo del reloj.

Algo llamó mi atención. No fue un ruido, no fue una imagen, ni un contacto. Fue algo interno, visceral.

Miré hacia mi izquierda. Me llamó, y mis pensamientos se concentraron en aquella imagen. Me llamó desde su silencio, desde su inmovilidad, pidió mi atención utilizando vaya a saber qué resorte mágico, ignoto, inconsciente. Sus ojos miraban, pero enseguida me di cuenta que no veían. Su cara fatigada trasuntaba más de medio siglo de primaveras. Sostenía una taza de plástico, tan agrietada y gastada como su cara.

Todo en ella rezumaba humildad, sencillez, precariedad. Desde las tinieblas de su silencio, desde su permanencia tenaz, invitaba a la compasión. Miraba hacia la nada, hacia el cielo con ojos trémulos, tal vez regalando una oración muda o tal vez sin siquiera saber rezar, agradecía a la vida.

Despertó en mí sentimientos olvidados, arcanos prohibidos. Misericordia, ternura, abrigo, soledad infinita. Dentro mío una puerta se abría de par en par. Una voz que había aprendido a negar, ahora acariciaba los rincones más sensibles de mi conciencia. Tuve un atisbo, casi una confirmación de la existencia de ese otro yo que los antiguos llamaban daimon, y los seguidores de la Cruz, alma.

No podía apartar la vista de ella; ante mí asumió la imagen de mi madre, de mi abuela, de mi madrina, de mi hermana ya anciana y desahuciada por todos...y por mí. Tuve tristeza, de ella, de mí y de todos. A su lado me sentí millonario de afectos y de posibilidades. Tomé cinco pesos de mi bolsillo, y los dejé en su mano, guiándola con cuidada ternura. La sentí un poco fría. Como la calle. Como los demás.

Cuando vino el colectivo, desperté como de una ensoñación. Me pareció escuchar algo de su parte, pero no lo entendí. No importaba: yo estaba en deuda con ella, yo debía agradecerle.

¿Quién era esa mujer que desde aquél humilde sitial rodeado por olvido e indiferencia social inundó mi conciencia extraviada ?. ¿Qué hechizo de compasión arrojó sobre mí para desnudar mis egoísmos, mi ignorancia, para luego, sin una sola palabra, aleccionarme sobre humanidades y miserias?.

¿Qué fuerza anidaba en aquél cuerpo frágil, doblado por los años e ignorado por todos?...¿quién pudo ver a quién?.