sábado, noviembre 10, 2007

Diez mil millones de años

Quisiera perder la cabeza una sola vez, por unos instantes, acaso por un año … y por un amor imposible. Sentirme vivo una sola vez, y nunca más por diez mil millones de años. Un amor en donde baste el silencio. Una historia de miradas que produzcan cosquillas en la panza, de caricias en amanecer enredado en las sábanas; de desayunos radiantes y caritas de sueño; crepúsculos de caminatas en silencio con abrazos impúdicos, de esos que nos dejan con calor. Quiero el apremio interminable de tu presencia, y también quiero extrañarte; quiero sentirme amputado por dentro si por un segundo no estás. Quiero proclamarme el rey de tus abrazos, dictador de tu mirada y siervo absoluto de tu boca. Quiero protegerte de la sed de otros y rescatarte del desierto del desencanto. Te quisiera entre mis brazos, y que mientras te miro, te duermas sonriendo con el alma abierta, y que la resaca de tus caricias me dure por otros diez mil millones de años más.

martes, noviembre 06, 2007

La gran estafa

Desperté con un fuerte dolor de cabeza. Una pátina de luz blanca y brumosa entorpecía mi visión. Estaba recostado en algún tipo de mesa metálica. Intenté mover alguna parte de mi cuerpo, pero me era imposible. Algo suave como una sábana húmeda me cubría todo el cuerpo, arriba y abajo. Volví a dormirme. Cuando desperté, un anciano de barba blanca estaba despojándome de aquella cubierta húmeda y me sonreía con cierta benevolencia. “Bueno, ya está, ahora hay que guardarlo como el más preciado de los tesoros” dijo el viejo. Otra persona, vestida con capa y encajes, le preguntó: “¿realmente creerán que es el sudario original?”.

domingo, noviembre 04, 2007

Círculo de Lectores

“Ese libro es interminable” me dijo el viejo librero. “Mhm”, asentí yo, simulando haber entendido. Creo que aquél gesto de soberbia fue el que me condenó.
Lo compré junto con otros para disimular. El prólogo, una vez más, advertía: “Este libro es interminable”. Sentí aquella curiosidad irreverente del arqueólogo ante una nueva tumba recién descubierta. Me dediqué a la lectura de aquel libelo por décadas. El texto se repite una y otra vez, como una espiral infinita. Confío en que un arqueólogo más prudente me encuentre un día hecho un esqueleto, y no pose sus ojos en mi libro.

sábado, noviembre 03, 2007

La espera

Hace ya un par de meses que todas las noches, al bajar del subte, la veo. Está ahí, en la última estación, como esperando. Es joven y luce siempre bien vestida, con esa onda retro que la hace parecer de los ’80. Cuando los últimos pasajeros abrimos a mano las puertas de madera para descender, ella se para, mira con ansiedad y se vuelve a sentar con una mueca de resignación. Es la última estación y el último subte del día, ¿qué espera?. Un día, lo recuerdo bien, le pregunté: -hola, ¿te puedo ayudar en algo?...¿esperás a alguien?- “Sí, a vos” me dijo mirándome directamente a los ojos.
Se fue como uno más de los pasajeros. Yo quedé ahí, inmóvil, sentado, mudo.

Desde entonces veo pasar las formaciones una y otra vez. Perdí la cuenta de los días y de los años. La gente pasa y no me ve. Espero ansiosamente ese día en el que un pasajero me vea y me pregunte si me puede ayudar en algo.