sábado, octubre 07, 2006

Revelación

Ayer volvía del trabajo, y en la calle todo era ruido y humo del tráfico. Caminaba ensimismado en un mundo de obligaciones por cumplir que me abrumaban. Llegué a la parada del 152 y esperé. Un autómata más entre los millones que cumplen horarios, un siervo del reloj.

Algo llamó mi atención. No fue un ruido, no fue una imagen, ni un contacto. Fue algo interno, visceral.

Miré hacia mi izquierda. Me llamó, y mis pensamientos se concentraron en aquella imagen. Me llamó desde su silencio, desde su inmovilidad, pidió mi atención utilizando vaya a saber qué resorte mágico, ignoto, inconsciente. Sus ojos miraban, pero enseguida me di cuenta que no veían. Su cara fatigada trasuntaba más de medio siglo de primaveras. Sostenía una taza de plástico, tan agrietada y gastada como su cara.

Todo en ella rezumaba humildad, sencillez, precariedad. Desde las tinieblas de su silencio, desde su permanencia tenaz, invitaba a la compasión. Miraba hacia la nada, hacia el cielo con ojos trémulos, tal vez regalando una oración muda o tal vez sin siquiera saber rezar, agradecía a la vida.

Despertó en mí sentimientos olvidados, arcanos prohibidos. Misericordia, ternura, abrigo, soledad infinita. Dentro mío una puerta se abría de par en par. Una voz que había aprendido a negar, ahora acariciaba los rincones más sensibles de mi conciencia. Tuve un atisbo, casi una confirmación de la existencia de ese otro yo que los antiguos llamaban daimon, y los seguidores de la Cruz, alma.

No podía apartar la vista de ella; ante mí asumió la imagen de mi madre, de mi abuela, de mi madrina, de mi hermana ya anciana y desahuciada por todos...y por mí. Tuve tristeza, de ella, de mí y de todos. A su lado me sentí millonario de afectos y de posibilidades. Tomé cinco pesos de mi bolsillo, y los dejé en su mano, guiándola con cuidada ternura. La sentí un poco fría. Como la calle. Como los demás.

Cuando vino el colectivo, desperté como de una ensoñación. Me pareció escuchar algo de su parte, pero no lo entendí. No importaba: yo estaba en deuda con ella, yo debía agradecerle.

¿Quién era esa mujer que desde aquél humilde sitial rodeado por olvido e indiferencia social inundó mi conciencia extraviada ?. ¿Qué hechizo de compasión arrojó sobre mí para desnudar mis egoísmos, mi ignorancia, para luego, sin una sola palabra, aleccionarme sobre humanidades y miserias?.

¿Qué fuerza anidaba en aquél cuerpo frágil, doblado por los años e ignorado por todos?...¿quién pudo ver a quién?.

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