martes, octubre 24, 2006

Fotofobia

Reposaba. Su cabeza apenas rozaba el respaldo del asiento en donde yacía semidormida, como arrojada allí descuidadamente.

El sopor del mediodía invadía el vagón por la persiana abierta. El fulgor le ladeaba la cara con un rictus mezcla de apatía e incomodidad. El pie -elegantemente enfundado en una sandalia de impecable diseño- se hundía en el asiento y obligaba a la pierna a acomodarse en una complicada mueca. Toda su postura evidenciaba pudor y descaro por partes iguales.

Otra andanada de luz atacaba la retaguardia del asiento, proveniente del vagón anterior, iluminando el umbral del coche en conjunción con la ventana.

Sólo ella respiraba hastío en aquella argamasa de cueros, metales y maderas vetustas, fatigadas por innumerables tránsitos.

Sólo ella escapaba al hastío dominical. Sólo ella rumiaba vaya a saber qué desencanto, qué amargura, qué anhelo lejano. Tan lejano como el final de aquél verano.

Porque quizás, no haya mayor tristeza que la tristeza bajo el sol de verano.

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