martes, octubre 17, 2006

El errante

Numlil, anciano entre los ancianos, es el último que recuerda, por boca de su abuelo, cómo era el tiempo en el que el verano no dejaba la tierra, ni los árboles despedían a sus hojas.

Antes que las aguas cubrieran la tierra de los cuatro ríos, hubo otra era. Los hombres morían con doscientas cosechas a cuestas. Las casas no tenían puertas, ni las ciudades murallas.

Antes, mucho antes que el primer Upanishim pusiera un pie en el país de Mor, Tilzim nos visitaba.

Él bajaba y se sentaba en el trono dorado de la pirámide de Mor y hablaba a los hombres. Enseñaba su sabiduría y cantaba con nosotros, sus pequeños. Porque para Él, no eramos más que niños. Y todo lo que los Upanishim saben, lo aprendieron de Él. A cantar con el viento, a multiplicar las plantas y los árboles, a domeñar las criaturas, a preparar la uva y a respetar la guarida del león. A seguir el paso de las estrellas en la cúpula y a predecir la crecida de los ríos.

Todo nos lo enseñó sin pedir nada a cambio. Todo nos lo regaló con infinita benevolencia. Pero cuentan las diez mil tablas de Khorsabad, que los Annunaki, saliendo del abismo, envilecieron el corazón de los hombres para pudrir Su creación. Y los hombres prestaron sus oidos a los Annunaki. Y construyeron murallas, y carros y tomaron bestias de las llanuras y montaron sobre ellas para hacer la guerra y combatieron entre sí con todo lo que encontraron que les fuera útil para matar y dañar.

El odio anidó en sus corazones y sus mentes cayeron en la obscuridad del abismo. Un día, Utama de Eridu rompió el sello de la pirámide y robó las tablas que custodiaban los sacerdotes. En su palacio de piedras negras, combinó las enseñanzas de todos los Upanishim y guardò en un arca dorada, todo el fuego del sol. Utama llamó a la guerra a su enemigo Enkil y en el atardecer del quinto día de batalla, se abrió el arca maldita.

Entonces el fuego se derramó por la llanura en un suspiro. En una extensión equivalente a cinco meses de marcha, no quedó árbol, hombre o animal en pie, ni casas ni murallas ni hierba, sino cenizas y humo que cubrieron el sol durante días. Los que no fueron calcinados por el fuego de Utama, caían muertos días después, quemados por dentro.

Los hombres que sobrevivieron huyeron hacia el norte, hacia el sur, hacia el este y el oeste, porque la tierra de Mor había quedado cubierta de cenizas. Y Tilzim habló a los hombres, una úlitma vez, y dijo: "No verá el hombre mi rostro ya en la tierra de Mor, ni en Eridu ni en el país de Kemet, porque sus corazones han negado mis enseñanzas y oído a los Annunaki. Que el sol retroceda pues y que los hombres anhelen su calor que les será negado tres veces y una vez concedido. Y la tierra será un páramo estéril hasta que los niños que la habitan comprendan el secreto de la vida".

Entonces, Tilzim buscó a Nohir, escriba del templo y le dijo: "Nohir, tú conoces la compasión, toma arcilla y escribe, de mí para los hombres: "Yo soy Tilzim, tu Dios, y no abandonaré a mis criaturas. Andaré errante entre el cielo y la tierra y bajaré nuevamente para pesar el corazón de los hombres. Entonces los pondré a prueba y sólo los justos vivirán de verdad. Ve y dile a los hombres que volveré".

-"¿Cuándo, mi Señor, volverás y cómo sabremos que has regresado?".
-"El Tiempo es mío. Esperen, que vuelvo. Cinco mil cosechas contarás, y cuando la estrella se mueva en el horizonte, y se detenga, allí los que caminan con justicia me encontrarán".

Así lo cuenta Numlil, como está escrito en las tablas de Mor, en el palacio de Khorsabad, según lo escuchó de las gentes del Libro, los que creen en un solo dios.

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