lunes, mayo 24, 2010

Lo que queda

Lo que queda, me dicen, es mucho: los años por venir y un alba brumosa en el invierno.
Un crepúsculo lento de cara a la estrella de la tarde, la que es pareja e inmóvil como la monotonía que me sofoca; habrá encrucijadas, fiestas, cines y amigos.

Quedan los libros: los aún por escribir, los largamente meditados; los evocados con fervor y releídos. Las citas eruditas, las frases memorables que me acompañan en la persistencia de la noche pero que no abrevian mi desolación.

Queda Sofía, que me mira desde sus siestas, interminables, y no descifrará ni mis lágrimas ni mis humillaciones.

Y dicen: ¡pero si quedan muchas cosas!. Tanto por hacer, tanto por vivir, por meditar, por crear; tanto por desatar y religar. Construir sobre un vacío implacable es la tarea asignada. Me agobia.

Queda el sol por la ventana y el café de la mañana. Queda la música para el viaje por el que voy, oscuro, solo, bajo la noche de la evasión.

Y queda, claro, tu recuerdo. Tus ojos, y tu sonrisa, y tu ausencia aleteándome en cada taza, en cada silla, en cada pliegue de las sábanas; en cada recoveco de la maldita ciudad y del aciago continente. Queda también tu adiós prolongado. Queda la soledad, como siempre: impasible, vasta, despiadada.

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