lunes, abril 12, 2010

La felicidad y el suicidio

"Quizá la más notoria característica de la madurez sea la aceptación de la felicidad posible y, consiguientemente, de todas las incapacidades del mundo. Comprendemos todo lo que no podrá ser -la felicidad absoluta, la plenitud- y vivimos conforme a esos muros y sus limitaciones. Todo ello es razonable, mesurado, equilibrado, y puede implicar un nada desdeñable grado de felicidad acomodaticia, de dicha reducida. Tal vez radique ahí buena parte de la sabiduría. Por el contrario, el inmaduro (tras la edad de la inmadurez) se define por no aceptar los límites y buscar en todo momento la plenitud total que caracteriza a la adolescencia antes de decidirse. Aspira a un todo encendido, y, al no conseguirlo y no cejar en el intento, resulta (para los demás) raro, quimérico, infantil. Se empeña en conseguir imposibles, y, al ir siendo arrojado de las sucesivas e inalcanzables alturas, ha de refugiarse en la muerte como pasión y solución. Como el único imposible -esto es, más allá- posible y aun deseable.

Un inmaduro -según lo acabo de describir- es un ser sufriente. Padece en sí todas las contradicciones de la vida, las desgarraduras todas de los opuestos que, sin embargo, son apetecibles. Pero halla en esta tensión un grado de creatividad muy infrecuente, y una pasión por la vida que, aunque parezca arrastrarle a lo contrario, es apetito de gozo e intensidad. Claro que habitualmente el inmaduro -inadaptado a la vida corriente- es un ser que se autodestruye, de alguna manera, porque eso es precisamente la vida, de la que la felicidad acomodaticia se preserva."

Luis Antonio de Villena

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