sábado, noviembre 04, 2006

Así he venido

Dicen los que vinieron antes que yo, que una tal Beatriz –“la que hace feliz”- y un tal Francisco –“el que hace libre”- me dieron la vida hace casi treinta y cinco años.

No les crean: yo no estaba allí, en el recinto de la almas que esperan su número para llegar a la Tierra. Yo devine, me hicieron, me hice.

En la cronología aceptada, tengo treinta y tres años y algunos meses. Pero dentro de mi madre, yo, que aún no era este que soy, ya latía.

En aquellos años, el pueblo de Don Bosco era pacífico, residencial, una estación del Roca casi desconocida para quien no fuera del partido de Quilmes.

La toponimia signó mi destino escolar: jardín de infantes, primaria y secundaria entre los Salesianos, más conocidos como “Obra de Don Bosco”.

Cuando mis viejos no respondieron más a mis preguntas, aprendía a leer. Cuando la religión no satisfizo mis inquietudes, caminé un tiempo por la senda del escepticismo, del positivismo y de otros tantos ismos. Ninguno de ellos pudo hasta hoy completar mi búsqueda.

Algunos dicen que la vida es eso: la búsqueda de algo que nunca encontraremos ni debemos encontrar, porque vivir es caminar.

Desde entonces y desde siempre me hago preguntas y busco respuestas. Torturo mi existencia a veces en demasía con cuestiones inconducentes, y no pocas veces me pierdo en sutilezas bizantinas.

La sociedad, tal y como la conocemos, me enfurece y me desgasta. Por eso intenté aproximarme a ella desde la Sociología, pero esta última me regaló, para mi decepción, más dudas que certezas.

Quiero cambiarlo todo, me apasiono y me frustro con igual intensidad.

Aún hoy, cuando puedo sentir la noche lejos de la ciudad, o cuando me fatigo en la montaña, extraño perder la razón por un amor imposible. Entonces recuerdo la leyenda que contaban los hombres del Sumer, en donde el amor y la pasión se unen en un viejo errante que se va sin decir nada, y que llega cuando uno menos lo espera.

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