sábado, septiembre 29, 2007

Equinoccio

El hombre común, de barrio, (esa raza malograda a la cual pertenecemos todos los urbanícolas del mundo) se habituó demasiado a la rutina del calendario como para distinguir las sutilezas de la vida y de la muerte que le rodean.

Cree, en su orgullo desmedido de posmodernidad cientificista, que la primavera en el sur comienza puntillosamente el 21 de septiembre. Ignora ostensiblemente lo que el antiguo, con su sabiduría milenaria producto de incontables siglos de observación cuidadosa, tenía por seguro.

Detrás de nuestro calendario, de nuestros nombres y festejos plenos de arrebatos consumistas, discurre, como una corriente arcana, toda nuestra herencia humana. Del lenguaje materno que nos habilita, aquí en los confines del sur y del oeste a hablar con sutilezas impensadas para cualquier anglosajón, nos viene el séptimo mes, que para nosotros ocupa el noveno del calendario.

De la inclinación del eje Norte-Sur (sin alegorías tercermundistas) de la tierra surgen las estaciones, ya conocidas por los egipcios hace más de tres mil años, pero que para ellos eran tres: se comprende, su mundo, mucho más perfecto que el nuestro, estaba regido no tanto por el sol sino por el Nilo.

Aquella inclinación terrestre matiza el movimiento de la vida en el planeta y alterna las estaciones en un ciclo que el hombre moderno cree haber superado pero que a juzgar por su manejo de los asuntos ecológicos más se asemeja a una supresión que a una superación dialéctica.

La comprensión íntima del ciclo natural se nos revela aún más -aunque sutilmente- en las enseñanzas del oriente. Las fuerzas yin y yang nos hablan de que el origen y el fin de todo son extremos que se tocan. Así como en los días en que comienza el verano, el sol empieza a retrasar su salida y a apurar su puesta, cuando la vida parece resurgir, el día y la noche se equilibran en el Eqvi Noctvm, en la noche que es igual que el día.

Por eso el año de los antiguos comenzaba en la primavera, cuando confluian en renovación, el ciclo natural de la vida del mundo y del hombre, después de la siembra y de la cosecha.

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