sábado, junio 23, 2007

La sesión

-Bueno, cuénteme tranquilo cuándo fue la última vez que creyó haber presenciado estas…apariciones.
- Siento que no son alucinaciones doctora…¡pienso que son reales!...¿no me cree lo que le estoy diciendo?.
-Sí, le creo Fernando, no lo estoy subestimando. Pero cuando uno vive en un estado de casi permanente alteración y de stress como el suyo, la visión de los hechos es distorsionada por el inconsciente, como una defensa contra la realidad que, de otro modo, sería atroz. Es normal lo que le pasa.
-¿Quiere decir que me estoy volviendo medio loco?...¿necesito más medicación?.
-No, no creo que por ahora necesite una mayor dosis de ansiolíticos. Para su tranquilidad le digo que está llevando adelante el duelo bastante bien. Todos los pacientes creen que son los únicos a los que les pasan estas cosas…y ya hablamos de esto; recuerde que los problemas acá se solucionan sacándolos afuera, poniéndolos en palabras.
-Ya lo sé…pero es que…¡no sé cómo explicarlo sin sentirme como que me estoy volviendo loco!. Me siento como en esas películas de terror en donde el protagonista niega la realidad pensando que vive alucinaciones pero finalmente lo que lo aterra es real!.
-Vea Fernando, usted siente culpa por haberse enamorado de Cecilia mientras su esposa agonizaba. Usted nunca dejó de amar a su esposa, pero inconscientemente sabía que tras su inevitable muerte, se quedaría solo. Por eso se permitió enamorarse de esta chica. Y ahora siente culpa porque cree que traicionó a su mujer. Esto es lo que nos crea los conflictos en nuestra vida: la lucha entre lo que moralmente consideramos, o nos “enseñaron” que es reprobable, y lo que deseamos. La energía que genera esta tensión es lo que no lo deja dormir, lo que lo tortura por las noches.
-No doctora…mire…ya entiendo el mecanismo del yo y del súper yo y todo eso. Ya lo pensé. Es cierto que siento algo de culpa por mi relación con Cecilia…pero también sé que hice todo lo que pude por Natalia. Y que la amé hasta el último momento. Pero lo que me pasa es real. Yo siento que mi señora se está vengando por Cecilia.
-¡Claro que siente culpa!...cualquiera se sentiría así. Nos enseñan de chicos a sentirnos culpables por ser felices…nos cuesta ser felices. Y más en una situación afectiva como la suya. Créame Fernando, que su stress lo está traicionando, está tratando de resolver su culpa con una neurosis. Si nos quedamos con lo que usted cree ver, sólo incrementaremos la neurosis y su insomnio. Hablemos de lo que le pasa. Cuénteme: qué fue lo que le pasó ayer.

Fernando suspiró como quien cuenta hasta diez antes de putear. Con las manos entrelazadas sobre su vientre, recostado en el diván como otros tantos millones de porteños, habló.

-Ayer a la tardecita salí al balcón. Había dejado la cafetera haciendo café. Siempre cuando vuelvo del laburo me tomo un café en el balcón, aunque haga calor. Me ayuda a desenchufarme de la oficina, ¿me entiende?.
-Mhm. ¿Y entonces?.
-Cuando entré de nuevo al living para ir a la cocina, sobre la mesa, apuntando hacia mí, estaba el portarretrato con la foto de Natalia en México. ¡En la mesa!
-¿Y dónde se supone que debería estar ese portarretrato?
-En el ropero del escritorio. Ahí puse todas las cosas de Natalia, porque después del primer mes, ya no soportaba llegar y ver sus cosas; era como no terminar de entender que se había ido para siempre.
-¿Y cómo llegó a la mesa del living?.
-¡Eso me pregunto yo!. Jamás lo volví a sacar. No toqué nada desde…desde que Natalia murió doctora…la semana pasada fue su perfume, el Quartz que de la cómoda saltó a la mesita de luz.
-¿Cómo saltó?.
-Es una forma de decir…siempre estuvo en la cómoda y una mañana, abro los ojos y lo primero que veo es el perfume adelante del reloj despertador…¡en la mesita de luz!. Y en la habitación se sentía el perfume como si alguien hubiera rociado todo el frasco allí.
-Fernando…¿nunca pensó que qué casualidad que los objetos que “se mueven” son siempre objetos personales de su difunta esposa?.
-Ya lo sé…¿y?...
-Y que justamente, son objetos muy propios de Natalia…que de alguna manera, están marcando para su inconsciente, que ella sigue viva.
-No entiendo doctora. ¿Usted quiere decir que mi inconsciente mueve los objetos para sentir que Natalia sigue viva?.
-No Fernando, lo que digo es que usted los mueve y lo olvida, creando una situación que se inserta en su vida diaria y que le hace pensar en Natalia hasta cuando tiene que dormir. Es una manera de mantener “vivo” al ser querido que ha partido. Pero al mismo tiempo, su parte consciente, enamorado de Cecilia y culposo por ello, niega la presencia de Natalia. ¿Se entiende?.
-…sí, yo la entiendo doctora, pero lo que no puedo creer es que yo mismo esté haciendo eso sin darme cuenta…no estoy tan loco.
-No dije que estuviera loco. Todos tenemos este tipo de olvidos selectivos, actos fallidos más o menos graves. Son formas que encuentra el inconsciente para manifestarse, para salir cuando no puede resolver un conflicto. Por eso no puede dormir tampoco.
-Lo que me angustia, doctora, es que no siento que sea un olvido…¡siento que los objetos se mueven de verdad!.
-Bueno, pero en ese caso…¿quién los mueve?.
-¡No lo sé!. No quisiera pensar que…
-¿Qué qué?...dígalo Fernando…diga lo que piensa.
-¿No me va a internar si le digo lo que siento?.
-No Fernando. Lo importante es que ponga en palabras eso que lo angustia.
-Bueno, ahí va. Yo siento…de verdad, que es como que Natalia desde el más allá me está marcando que ella sigue de alguna manera…y que no la puedo reemplazar por otra.
-…justamente, ¿ve lo que yo le decía?...las apariciones de objetos o sus cambios de lugar vienen a marcar la “presencia” de Natalia en su vida. Porque usted aún no ha conciliado del todo su duelo por ella con su amor por Cecilia. Por eso siempre le pasa esto de los objetos en su casa. ¿Nunca se puso a pensar por qué los objetos no se mueven cuando está con Cecilia?. Si fuera su ex mujer queriendo interponerse en su relación con su nueva pareja, ¿por qué no se “mueven” los objetos cuando está Cecilia?...¿no sería más coherente eso?.
-Bueno…sí…pero ¿yo qué sé qué pretende Natalia?...tal vez quiere esto…que yo tenga problemas con Cecilia para que ella me deje por loco.
-Es que eso es lo que va a pasar, Fernando, si no elaboramos bien el duelo. Usted está dejando que la culpa le gane, y se autoboicotea la relación con Cecilia. Piénselo. ¿Dejamos acá?.

No hubo opción. La psicóloga siempre decide cuándo se termina la sesión. Fernando quedó como siempre con una pregunta sin formular, con un acertijo para resolver hasta la próxima sesión.

Sin embargo, esta vez se iba con un cierto alivio. María Elena sonó convincente, y su firmeza le regaló unos instantes de cordura, de realidad. Ella lo acompañó hasta la puerta. Le dio afectuosamente la mano, como añadiendo una cuota de afecto a su interés profesional.

Eran las 20.30 y Fernando era su último paciente del día. María Elena prendió un sahumerio mientras ordenaba las planillas de las obras sociales. No creía en espíritus o avatares, pero el perfume a sándalo le recordaba sus sesiones de yoga y la evocación de momentos de relax le transmitían la serenidad que necesitaba para poner en orden sus notas mentales. La evolución de Fernando la tenía preocupada. No por la severidad de su neurosis, sino por la contradicción que inevitablemente asomaba en cada diálogo con él. Por un lado, un individuo mentalmente sano cuya culpa le generaba un trastorno diario de alucinaciones y un sonambulismo exacerbado. Por el otro, Fernando se manifestaba como una persona absolutamente sana y poseedora de un discurso coherente.

Una ambulancia estremeció el vecindario con la voz de su sirena. En ese momento María Elena perdió su concentración, despertando de su letargo.

Un olor penetrante y repentino asaltó sus fosas nasales. Sintió como si hubiera acercado su rostro a una flor de jazmín en una mañana de verano. Miró el portasahumerio instintivamente, buscando allí el origen de la fragancia embriagadora, pero sobre él sólo quedaban cenizas que imitaban la forma original de la vara perfumada.

Ahora el perfume se hacía más penetrante y dulzón. Parecía venir del escritorio mismo. Percibió sus notas, imaginando tal vez un derrame de su propio perfume, pero un instante después de pensar esto se dio cuenta que esa nota melosa que llenaba su nariz no pertenecía a sus perfumes ni provenía de sus cuadernos. Se levantó y fue hasta la ventana; notó que el aroma parecía inundar ahora toda la habitación. Asomó la cabeza por el balcón: tal vez alguien había arrojado un frasco o un desodorante allí. Pero de la calle se elevaba un vaho mezcla de basura recolectada, humedad y tránsito.

Cerró la ventana El aroma era tan intenso que la nota dulzona, antes armoniosa, ahora resultaba un empalago insoportable. Fue hasta el baño, pero no encontró nada derramado, ni tan siquiera un frasco abierto de cualquier cosmético, putrefacto con el tiempo y que se hubiera transmutado en esa niebla espesa que la ahogaba. Entonces identificó la naturaleza del aroma que la envolvía como la humedad tediosa del verano porteño. Recordó el nombre del perfume, ése del que abusaba su mejor amiga cada vez que salían.

Ese mismo perfume, el que tanto detestaba, el que le recordaba tantas tardes de insoportables charlas vacuas, era precisamente el que ahora, tan ubícuo como persistente, inundaba sus pulmones. Sintió frío en la frente y en la espalda. La vista comenzó a nublársele.
Intentó salir del baño, pero se desvaneció sobre la puerta, cerrándola con su peso. Cayó semiinconsciente entre la bañera y el inodoro, y un instante antes de perder por completo la conciencia, una voz femenina le susurró al oído: Quartz.








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