viernes, diciembre 08, 2006

La búsqueda - II -

Pensé detenidamente en la pregunta del viejo. Temía irme sin la respuesta que buscaba y que todo el esfuerzo por llegar hasta la montaña hubiera sido en vano. Temía volver con las manos vacías. Miré el fuego mientras pensaba y por unos segundos me abstraje de todo. La pregunta que me inquietaba estaba allí, a punto de escapárseme de los labios. Tomé valor una vez más, y hablé:

-Soy el hijo del jefe de la tribu. En poco tiempo, mi padre morirá, y yo seré la cabeza de mi familia y del pueblo. Pero no sé nada de mandar gentes o dictar justicia. Mi padre no me ha enseñado nada más que las tareas comunes de un hombre. Me han dicho que tú eres sabio y que puedes ver más allá de tus ojos. Dime, anciano, ¿cómo me preparo para mandar sobre los de mi tribu?-.

Cuando terminé de hablar, sentí que el corazón me golpeaba el pecho. Me costaba respirar. Seguí preguntándole al anciano con la mirada fija en su rostro. Él terminó con su canasto. Lo observó cuidadosamente por unos segundos y luego lo dejó a un lado, junto con otros más. Entonces levantó sus ojos hacia mí y creí ver en su mirada la sabiduría de la que hablaban en el pueblo.

-Mandar es fácil. Ya sabes eso. Un niño sabe mandar sobre sus hermanos. Una mujer manda en su casa, en el corral, en la cocina. Tú sabes cómo darle órdenes a tu rebaño. ¿Eso es lo que quieres saber?.-

-Dices la verdad. Mi padre también sabe mandar. Y mis hermanos menores. Y mi madre, la que manda entre las mujeres de la tribu. ¿Ves esta marca, sobre mi hombro?, fue hecha con fuego cuando cumplí dieciséis años. Es el símbolo de mi linaje. Lo tiene mi padre, como lo tuvo mi abuelo antes que él. Ese círculo le dice a todos que lo que yo diga se debe hacer. Y cuando mi padre muera, lo que yo diga, la tribu lo hará. Pero es el símbolo lo que respeta la tribu y mis hermanos, no a mí. No me obedecen a mí, sino a la tradición del círculo. Yo quiero que las gentes acaten mi voz, no mi marca. Así, cuando yo muera, me recordarán a mí por lo que hice, no por mi linaje.

El viejo no apartó sus ojos de mí mientras hablé. Entonces, dijo:

- ¡Intip Raymi!. Cinco generaciones he visto pasar, y ninguna produjo un vástago como Tijsi, hijo de Kápak. Cuando tu abuelo Illimani se sentó frente a mí como tú ahora, me preguntó cómo podía hacer para cosechar maíz en las laderas de las montañas. Hablé, y así alimentó a su familia y su cría devino en tribu. Tu padre quiso saber cómo hacía para engendrar muchos hijos, varones y fuertes, para asegurarse el control de las gentes. Todos los príncipes de tu familia, a su debido tiempo han subido a la montaña para hacerme una única pregunta, la que ellos creen que les dará el dominio sobre Tauantinsuyu, pero ninguno habló con voz de mando.

-Mi padre no me habló del Tauantinsuyu. Sólo me dijo que debía venir aquí a hacerte una pregunta, la más importante de todas. Nada más dijo.

-Por eso Kápak no ha sido grande. Sólo mantuvo lo que heredó. Tu abuelo Illimani habló con inteligencia. Tu padre Kápak habló con ambición. Pero no bastan para ser hijo de Inti y reclamar el trono dorado. No bastan. Sólo la pregunta correcta abre el camino. Hijo, yo no tengo la respuesta a tu pregunta, pero sé dónde podrás encontrarla.

-¿Dónde, anciano?.

-En Topa Yauri.

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