sábado, diciembre 08, 2007

El desprecio

Hacía diez años que María trabajaba para la señora. Mirta Bonifacci de Villegas le pagaba bien, pero incluía dentro de los servicios exigidos el rancio menosprecio de la porteñidad hacia los paraguayos. Todas las tardes, la señora Mirta pasaba horas en su invernadero. Atendía a todas sus plantas y flores, y, como otra muestra de desprecio, la única especie a la que ni miraba era la flor de Añapuré, que María le había traído una vez de Asunción, cuando volvía de ver a su familia. “A éstos tenés que tenerlos así querida, sino te pasan por arriba” sentenciaba Bonifacci frente a sus amigas de la suciedad de beneficencia mientras sorbía su exclusivo té negro de Windfills.

Una tarde, la señora apareció muerta en el patio con unos extraños pinchazos en los brazos. María llamó rápidamente a la policía. Pero esa policía que también la menospreciaba por “bolita”, no pudo descubrir nada, sencillamente porque no sabían preguntar. De lo contrario le habrían preguntado a María por qué Añapuré significa “regalo del diablo” en guaraní, o mejor aún, por qué aquélla enorme flor descuidada y apartada en un rincón, antes era blanca como la nieve, y ahora lucía casi con soberbia pétalos de un furioso carmesí.

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