Al menos durante un tiempo, breve, pude respirar, pude sentir el abrazo, el sueño compartido. Durante un tiempo, que fue mío y de él, fuimos felices y suspiramos y nos enredamos en ilusiones y esperanzas, (porque de eso vivimos, aunque no lo parezca). Pero el sueño terminó pronto, como suele ocurrir en el baldío de mi vida; como mi felicidad: intermitente, caprichosa, errática.
Y yo sigo siendo Ming I, la luz que se apaga, el resplandor herido que mengua y ya sólo alumbra hastíos.
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