Hace ya un par de meses que todas las noches, al bajar del subte, la veo. Está ahí, en la última estación, como esperando. Es joven y luce siempre bien vestida, con esa onda retro que la hace parecer de los ’80. Cuando los últimos pasajeros abrimos a mano las puertas de madera para descender, ella se para, mira con ansiedad y se vuelve a sentar con una mueca de resignación. Es la última estación y el último subte del día, ¿qué espera?. Un día, lo recuerdo bien, le pregunté: -hola, ¿te puedo ayudar en algo?...¿esperás a alguien?- “Sí, a vos” me dijo mirándome directamente a los ojos.
Se fue como uno más de los pasajeros. Yo quedé ahí, inmóvil, sentado, mudo.
Desde entonces veo pasar las formaciones una y otra vez. Perdí la cuenta de los días y de los años. La gente pasa y no me ve. Espero ansiosamente ese día en el que un pasajero me vea y me pregunte si me puede ayudar en algo.
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