Y me ronda. Ha puesto sitio a mi magnífica fortaleza. Me sonrie a medias y me mira de soslayo, como quien lo ha previsto todo. Frente a mí se ha plantado con intenciones oscuras. Ya no sé si realmente desea entrar o simplemente hacer alarde de su poder.
Yo lo detesto. Me traicionó una, mil veces, y eso bastó para que fuéramos desde entonces enemigos.
Me asomo por el muro y le grito todas las destrucciones que causó. Después de su traición, he quedado devastado.
Pero, irónicamente, sé que no podré subsistir sin él. Ésa, y no la mía, es la verdadera fortaleza. Ése es su baluarte, su arma secreta, el ariete con el cual arrasará mis defensas.
Y caen mis defensas. El castillo se desmorona por su propio peso. Quedo una vez más indefenso. Con él, pero sin él.
Es Tilzim, El Errante del mundo, que viene y se va del corazón de los hombres. Pero no ha venido a anidar en el mío, sino a derrumbar sus murallas, a pisotearlas y a dejarme sin defensas.
Lloro con la frente contra el suelo y recuerdo la sentencia del Venerable: "The happiest man that walks on this earth is the one who finds true love".
-Vlad Tepes
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