Uno no muere
enseguida, o de repente. No. El cuerpo muere así. Pero uno, más allá del
cuerpo, va muriendo de a poco, muy de a poco. El cuerpo es lo último que se
desvanece, cuando ya todo lo demás ha caído.
Uno va muriendo de
a poco, a través de pequeñas heridas. Ínfimas, cotidianas, reiteradas. Al principio,
uno ni se da cuenta de esas existencias. Es la acumulación lo que las delata.
Entonces, esas ínfimas laceraciones nos molestan. Pero seguimos. Persisten,
pero andamos. Algún día, esas molestias se transforman en heridas. O también,
aparece una grande y fuerte que nos trastorna y, a partir de allí, las cosas ya
no serán iguales.
Otro día, nos damos cuenta de que llevamos un peso del que no
nos podemos desembarazar, y que ese peso nos amarga la existencia. El peso es
la suma de incontables heridas, algunas grandes, otras insignificantes. Y el
convencimiento, la certeza temible y brutal de que no importa lo que hagamos,
el destino siempre intervendrá a favor de ellas, y en contra nuestra. Así,
comienza a morir primero nuestra felicidad, que ahora se transforma en algo
raro, esquivo, circunstancial. Nace el miedo, la ansiedad por la inminente
nueva herida. Ese diario transcurrir entre fantasmas se torna abrumador. Entonces
un día, (otro día) nos damos cuenta de que nuestro recuerdo está lleno de
tristezas, de abandonos, de soledades, de humillaciones y de fracasos. De
traiciones, de injusticias, de vergüenzas, de dolores, de llantos y de
angustias. Y nos damos cuenta de que lo que era el sol diario, ahora es una pálida
luna. Y con el tiempo, sólo nos queda una estrella que titila de vez en
cuando. La alegría es un recuerdo vago, lejano, mítico. Luz Que Se Apaga. El
Resplandor Herido.
Ahí recién,
llegados por este camino, acostumbrados a una existencia gris, muere la esperanza.
No se equivoquen, no es lo último que se pierde. Esos son dichos románticos sin
fundamento. La esperanza nos abandona bastante antes que la vida. Para
nosotros, para uno, la esperanza siempre ha sido mala, porque nos ha engañado
una y diez mil veces. ¿Por qué, sino, los dioses la habían dejado en la caja de
Pandora, junto con los otros males de la humanidad?.