sábado, febrero 03, 2007

El Errante

El anciano de larga barba y túnicas azules movió con su cayado los troncos que ardían en la fogata y éstos se desparramaron y ardieron con más fuerza. La llamarada despertó al círculo de los discípulos que se había dormido.

La noche se extendía serena pero fría. Las estrellas parpadeaban con vanidad en la cúpula del cielo. Sólo el crepitar de la hoguera y las criaturas de la oscuridad desafiaban el manto de la noche, cuyo pliegue sinuoso protegía a todos.

Numlil el Sabio volvió a remover la leña que ardía en el centro del círculo. Nadie en todo Ki Engir podía aventurar la edad del Venerable, porque aún para los más ancianos del reino, Numlil siempre había estado allí, como consejero del Rey y mensajero de los Dioses. Y Numlil, una vez más, habló: -“prestad atención a mis palabras ahora, porque lo que voy a contaros es una historia de antes del tiempo-. Y reclinándose sobre su largo bastón miró a todos sus jóvenes aprendices, a medida que continuaba: -el siguiente es un relato de Los Antiguos, el primero de los relatos que Enlil el Grande grabó en arcilla cuando levantó el templo de En Dhara. Esto ocurrió en la noche de los tiempos, antes de que Alulim de Eridug cumpliera el primero de sus 28.000 años de reinado, y mucho antes aun de que el país de Ki Engir fuera habitado por un Sagigga.

Y Enlil la llamó la canción del Enamatum, que en la lengua de los dioses significa ‘el errante’.

En el principio eran Anaman Lir , el Grande, y su esposa, Eha. Ambos crearon El Abismo y El Devenir, y son eternos en su gloria y permanencia. Juntos engendraron a los Dioses Inferiores, sus vástagos: Enamu, Elehum, Enaron, Sinámma, Lama, Anura, Endora, Oróbel, y Tilzim.

Y he aquí que Anaman se levantó de su trono y demandó que todos sus hijos concibieran una creación digna de ser admirada, como regalo a él y a Eha, por haberlos concebido.

Entonces Elehum, el veloz, se alzó a sí mismo por sobre el Abismo y reuniendo todas su fuerzas sopló sobre él, y para asombro de todos el Abismo se dividió, y de un lado quedaron las aguas y del otro la tierra. Y Anaman y Eha vieron que esto era admirable y se vieron complacidos.

Luego se levantó Enamu, quien deseaba por sobre todo superar a su hermano y ganarse la admiración de los Grandes. Descendió entonces hasta la tierra y tomó una parte de ella y amasándola con sus manos fabricó rocas y piedras preciosas de incalculable belleza, y las hizo de todos los tamaños y formas imaginables. Tomó luego sus piedras y las marcó con el fulgor de sus ojos azules, y reuniéndolas a todas en su manto subió a la cúpula del Abismo y allí las engarzó, una por una. El Abismo entonces brilló bajo la luz titilante de las gemas de Enamu, y Anaman y Eha se regocijaron en la creación de Enamu y quedaron admirados.

Enaron el sabio, al ver la habilidad de su hermano, abandonó su trono dorado y clamó:- no ha de brillar la obra de mi hermano más que la mía, he aquí que mi gloria os iluminará a todos-. Y tomó también una gran porción de la tierra y la amasó toda junta hasta formar con ella una enorme antorcha que encendió con una de las piedras de Enamu. La antorcha se encendió con el fragor de mil truenos y todos los dioses temblaron por la creación de Enaron. La luz de la antorcha iluminó toda una sección de la cúpula del Abismo, opacando las gemas de Enamu.

Subió luego Enaron a su carro y partió rumbo al otro extremo del Abismo, iluminando con su antorcha cada sección de la cúpula, del Abismo y de la tierra a su paso.

Maravillados por el espectáculo, Anaman y Eha le ordenaron que no se detuviera hasta que ellos así se lo pidiesen, para que siempre la cúpula estuviera iluminada, ora por las gemas de Enamu, ora por la luz cegadora de Enaron.

Viendo las hijas de Eha que sus tres hermanos habíanse ganado la admiración de los Grandes y del resto de los vástagos, se decidieron a actuar: Sinámma la bella se levantó y tomó su espejo y con él siguió a su hermano Enaron en su viaje por la cúpula del Abismo, y el reflejo de la luz de Enaron en el espejo de Sinámma se proyectó sobre la tierra y las aguas como una suave caricia, y así la tierra y las aguas estuvieron siempre y desde entonces bajo la luz de los dioses, pues cuando Enaron se halla con su fuego en un extremo de la cúpula, Sinámma se encuentra en el opuesto, siguiéndolo e iluminando con su espejo la tierra, para gloria de Anaman el Grande y de Eha.

Tocó entonces el turno de Lama, la segunda de las hijas de Anaman y Eha. Tomó Lama una porción de las aguas y las transformó en nubes, y con el soplo de Elehum las depositó en medio de la tierra en forma de lluvia. Y la cantidad de lluvia fue tanta que el agua se escurrió por toda la tierra en una sinfonía de arroyos y ríos, lagos y lagunas y estanques y en todos ellos las aguas cantaron la gloria de los Grandes, y las aguas se movieron al compás del carro de Enaron y del espejo de Sinámma.

Los hijos menores de Anaman se reunieron y viendo que las obras de sus hermanos eran grandes y bellas, se preocuparon. Y viendo que sus hermanos habían maravillado a todos con la cúpula celeste, bajaron pues hasta la tierra y las aguas y allí obraron sus prodigios.

Endora tomó agua del Abismo y luz de la antorcha de Enaron y las amasó con la tierra emergida y creó las plantas y los árboles que se alzan en la tierra y en el mar. Y las plantas y la hierba cambiaron el color de toda la tierra y de las aguas, y crecieron y se propagaron por sí mismas con el aliento de la vida que Endora les dio. Y Anaman y Eha bajaron y habitaron por un tiempo entre los jardines de Endora, complacidos del verdor.

Y desde su trono Anura dijo: reclamaré una parte del Abismo para mí, y allí mis creaciones dominarán por sobre las demás. Y así Anura descendió a las aguas del Abismo y llenó los mares y ríos de criaturas de todos los colores y formas que nadan y colman las aguas, y desde entonces Anura es el señor de las aguas y de los abismos insondables.

Tomó Oróbel el ejemplo de su hermano y reclamó para sí los cielos que están por debajo de la cúpula y las tierras secas, y echó a volar a todas las criaturas del aire y les ordenó cantar para los Grandes cada vez que la antorcha de Enaron se enciende y se apaga en el horizonte, y con barro y rocas duras creó un sinnúmero de criaturas extrañas y agradables a los ojos de todos los dioses, y que corren por la tierra y cantan con sonidos nuevos la majestad de Anaman y de Eha.

Y los Grandes estaban admirados de las creaciones de sus hijos y se preguntaban -¿qué hay de Tilzim, el más pequeño de nuestros hijos?-.

Tilzim era el más joven de los Dioses Menores, pero el más astuto de todos, y el que más amaba a Anaman Lir y a Eha. Viendo las obras de todos sus hermanos se propuso a su vez que la suya sería la mayor de todas. Y siendo que aún luego de las creaciones, no había mayor majestad y belleza que la de los Grandes, concibió la idea de dar vida a los Upanishim, que en el idioma de los dioses significa ‘los servidores’.

Y a imagen de los dioses y diosas los hizo también varón y mujer. Al varón lo hizo a imagen y semejanza de Enaron, el más fuerte y robusto de los Dioses Menores. Y a la mujer la hizo según Sinamma, cuyo espejo esparce la luz de su belleza por toda la cúpula.

Y habiendo creado a las primeras parejas de Upanishim, insufló sus corazones con el recuerdo del amor que Anaman el Grande guarda por Eha, y los Upanishim cantaron canciones a todos los dioses tan pronto como despertaron a la vida. Y cuando cantaron, toda la creación se admiró de las criaturas de Tilzim, y los Dioses Menores quedaron sorprendidos de la habilidad de su hermano más pequeño, y los Grandes se levantaron en sus tronos dorados y se vieron satisfechos, porque la obra de Tilzim coronaba toda la creación.

Los Dioses Menores llamaron a los Upanishim ‘los hijos de Tilzim’, que en el idioma de los dioses se dice Tilzimnéri, porque no los consideraron sus servidores, sino sólo servidores de los Grandes.

Y durante todo el tiempo en que la antorcha de Enaron brillaba con más fuerza en el cielo, Tilzim bajaba a la tierra y habitaba en los corazones de los Upanishim, y su aliento alegraba las almas de los hombres y mujeres y éstos cantaban y festejaban su alegría y se unían entre sí y engendraban hijos e hijas que muy pronto llenaron la tierra y las islas del mar.

Pero la envidia y los celos carcomían las entrañas de Anura, Endora y de Oróbel, porque sus criaturas no eran tan bellas como los hijos de Tilzim, y los cantos de éstos opacaban los trinos de las aves y los colores de los seres del mar, y aunque Anaman y Eha estaban complacidos y deleitados con todos, prestaban más atención a los Upanishim que a cualquier otro ser.

Y viendo los tres que con cada visita de Tilzim a la tierra, la belleza, la alegría y el número de los Upanishim aumentaba, conspiraron contra ellos y contra Tilzim, su hermano menor. Y engañándolo, fingieron visitar la tierra junto a él y cuando Tilzim estuvo frente a los Upanishim una vez más, Endora y Oróbel se abalanzaron sobre él y lo capturaron, y lo llevaron a una roca que Anura había hecho emerger en medio del mar océano y del Abismo. Y allí lo encadenaron y se aseguraron que no pudiera visitar la tierra ya más.

Y cuando el aliento de Tilzim abandonó a sus hijos, los Upanishim sintieron tristeza y ya no cantaron ni se unieron ni engendraron más. Entonces Endora y Oróbel abrieron las puertas del Abismo de par en par y dejaron que la Muerte y la Enfermedad entraran en la tierra para que acabaran con los hijos de Tilzim. Y entre ellos habitó por primera vez la muerte y el dolor y la enfermedad, y desde los tronos dorados de los Grandes ya no se oían canciones ni gritos de alegría, ni las risas de los niños, ni las palabras dulces de los Upanishim, porque éstos estaban muriendo en gran cantidad. Y la Muerte y la Enfermedad se enseñorearon de la tierra y del mar, y también las criaturas de Anura, de Endora y de Oróbel murieron y todo se llenó de muerte, pestilencia y silencio.

Pero Eha se compadeció de las criaturas de todos y especialmente de los hijos de Tilzim, y bajó al mar océano y liberó a Tilzim de las cadenas impuestas por sus hermanos y le dijo: -ve y sana a tus criaturas, porque su belleza y bondad marchitas hieren mi corazón, pero no habites siempre entre ellas ni las hagas tan perfectas a los ojos de tus hermanos, pues grande será su envidia y luego intentarán destruirlas nuevamente-.

Descendió Tilzim a la tierra y con su aliento sanó a todas las criaturas vivientes, y puso un límite a la Muerte y a la Enfermedad, pero ya no las pudo expulsar del mundo. Y reunió luego a todos los que quedaban de entre sus hijos, y les sopló nuevamente con el aliento de su corazón, para que crecieran y procrearan una vez más. Pero les alertó que ya no podrían vivir para siempre, como los dioses, y que la Muerte y la Enfermedad rondaban ahora por los extremos de la tierra y que debían cuidarse de ellas. Y para que sus hermanos no le capturaran nuevamente, adoptó una nueva forma, etérea como el viento de Elehum, pero fuerte como los pilares del Abismo. Y bajo esta forma se esfumó de los ojos de los Upanishim, y ya nunca los visitó regularmente en el verano, sino que, para no ser descubierto, vagó por toda la tierra y por las islas del mar, anidando intempestivamente en los corazones de sus hijos y regalándoles la fuerza de la vida, y haciendo crecer en ellos la alegría y el deseo de vivir y de amar y de engendrar, y mientras habitaba en ellos, ni la enfermedad, ni la muerte, ni obstáculo alguno podía quitarles la alegría del alma, pues aunque errante y a veces esquivo, cuando los dioses de la envidia se distraen, Tilzim siempre vuelve al corazón de los hombres”-.


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